Según los expertos no hace falta gastar mucho más territorio para cubrir las necesidades de los próximos años. | A.S.

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El nuevo Plan General de Palma, que dibuja el futuro urbanístico del municipio para los próximos 20 años, limita el crecimiento del suelo urbanizable en 268,29 hectáreas. Esta cifra, una hectárea equivale a un campo de fútbol, puede, a priori, parecer elevada, sin embargo es casi una cuarta parte del crecimiento urbanístico que han desarrollado los últimos planes generales de Palma.
Así el PGOU de 1985, cuando Palma contaba con unos 300.000 vecinos, permitía un crecimiento de 1.046 hectáreas y su revisión posterior, de 1998 y con unos 320.000 habitantes, permitía el aumento de zonas urbanizables a 1046 hectáreas.

Ahora en Ciutat viven unas 450.000 personas y el crecimiento se va a acotar porque, según los redactores del proyecto, no hace falta gastar más territorio del necesario y porque los organismos internacionales apuestan por el desarrollo sostenible de las ciudades. Una de las referencias del texto, asegura Gabriel Horrach, director general de Urbanisme del Ajuntament de Palma, son las indicaciones de la Nueva Agenda Urbana de Naciones Unidas de como tienen que ser el desarrollo de ciudades en los próximos años y su estrategia de ‘las tres C’. Así se defiende que las urbes tienen que ser compactas, las edificaciones no tienen que estar dispersas para evitar grandes desplazamientos; complejas, se tiene que apostar por una diversidad de usos y cubrir las necesidades básicas con la regla de ciudad de los 15 minutos y, finalmente, continuas, apostando por el crecimiento moderado.

Hay que tener en cuenta que Palma ya tiene urbanizada una parte importante de su territorio y una parte sustancial del suelo rústico ha experimentado un proceso de rururbanización, es decir, son suelos rurales con viviendas dispersas que, como es obvio, reclaman equipamientos e infraestructuras.
Para cumplir los mandamientos de la ONU el plan elimina este tipo de urbanizaciones dispersas, como es el caso de Son Gual, especialmente las situadas cerca de espacios naturales protegidos como las ANEI. «La baja densidad de viviendas no permite tener los equipamientos necesarios y obliga a desplazamientos que se podrían evitar así que tenemos que redefinirlas» asegura Horrach. Eso es, por ejemplo, lo que se pretende hacer en Cas Pastor, en el entorno de Son Moix, donde estaba previsto hacer un polígono de servicios similar al de Son Malferit y ahora se reordena fomentando la mezcla de usos.

Esta es, precisamente, una de la claves que permite reducir las hectáreas residenciales, la mezcla de usos junta suelo comercial y de viviendas para optimizar el suelo, «tenemos que apostar por un modelo de ciudad lo más eficiente posible, evitar la segregación de zonas y el coste energético de desplazamientos» continua el responsable de Urbanisme. Otro concepto clave para entender las intenciones, y relacionado con lo anterior, es el de la ‘ciudad policéntrica’ que rechaza la idea tradicional de un solo centro en las urbes y aboga por la creación de varias zonas de referencia en distintos barrios. Son Rapinya, Son Dameto y Son Roca se están convirtiendo en eso, son zonas que se están juntando y que, con una mejora de la conexión, puede ofrecer todos los servicio sin casi desplazamientos.

Por último, la idea de reducir impacto se basa en aumentar la densidad de viviendas permitidas por hectárea. Hasta ahora la normativa limitaba a 46 o 48 las viviendas permitidas en hectárea de suelo urbanizable pero tras la Ley de Urbanismo de 2017 se aprobó ampliar la densidad en zonas urbanas a 75 viviendas por hectárea, debiendo destinar el incremento de densidad a vivienda de protección pública.