Algunos de los vecinos afectados de la calle Federico García Lorca 21. | Teresa Ayuga

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Tener una discoteca en casa sin quererlo, conocer todos los éxitos del perreo hasta la última nota musical y hacer la maleta cada viernes para dormir donde buenamente puedan. Esta es la rutina de varios vecinos que viven en el número 21 de la calle Federico García Lorca de Palma, que llevan la friolera de 16 años soportando el ruido de un disco pub, ubicado en los bajos de esta finca. Ha cambiado de nombre cada cierto tiempo, pero los problemas siguen siendo los mismos.

«Vivo en el primer piso y quedarme en casa un viernes es como estar bailando en medio de la pista de baile. Ya he optado por irme cada fin de semana a casa de familiares o amigos. Y no se crea que soy el único. Jaime, mi vecino del tercero, duerme todos los fines de semana en casa de sus padres. Muchos lunes vamos a trabajar habiendo dormido apenas tres horas. No es vida», denuncia Juan Cañellas, uno de los residentes más afectados.

«La música de esta discoteca se escucha en toda la finca; aguantamos cuatro noches seguidas de botellones, gritos y peleas; y amanecemos con orines, botellas rotas y vomitados en el portal y alrededores. Es el pan nuestro de cada fin de semana», denuncia otro residente, al tiempo que dos vecinas del quinto y del sexto reiteran que no escuchan la música, pero les llega la vibración. «Ese es el nivel de ruido y de las claras deficiencias del local. Es horrible vivir así», dicen.

En este sentido, muestran las quejas presentadas en el Consistorio, pero denuncian que durante todos estos meses la Policía y Cort han hecho caso omiso a sus llamadas. «Nos ignoran», critica Alberto, otro afectado. «Llevamos más de una docena de denuncias, llamamos al 092, pero no hacen nada. Nadie viene a comprobar las molestias. De hecho, la semana pasada fuimos a poner una nueva queja en San Fernando y no la aceptaron. Dijeron que no pusiésemos más, que buscásemos un abogado».

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Imagen de las denuncias presentadas por los vecinos de esta finca de Palma.

Además, los vecinos saben que la licencia del local es de piano bar, no para el tipo de actividad que se realiza en el establecimiento, ya está caducada, y el ayuntamiento le ha denegado la de discoteca, pero «sigue funcionando con total normalidad». Solo una vez ha venido la patrulla verde a tomar mediciones, antes del confinamiento, que demostró que superaban los decibelios permitidos. Pero no han vuelto a saber nada.

Desde el Consistorio recuerdan que este tipo de denuncias llevan su tiempo y hay que seguir unos trámites administrativos que, desgraciadamente, no siempre son tan ágiles como quisiesen los afectados, y los propietarios de los locales también tienen derecho a recurrir. «Que no se cierre un bar no significa que no se haya levantado actas o se les haya sancionado», advierten fuentes municipales.

La asociación de vecinos de Son Armadans, por su parte, asegura haber detectado que el cierre de muchos bares de Gomila y El Terreno está trasladando la marcha a la zona alrededor de la plaza Pintor Francesc Rosales, como ya denunciaron los vecinos del número 3 de esta plaza, y la calle Federico García Lorca. «Se abren más locales de ocio, hay más barullo y problemas de incivismo y botellones», recalca Catalina Llompart, presidenta de la entidad vecinal.

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Silencio

Solo hay que echar un vistazo a los carteles que rezan 'Silenci' para saber que algo pasa en la calle Batle Emili Darder de Palma. Dos residentes que han preferido no dar la cara explican que cuando el actual propietario del bar ubicado en los bajos de su finca se hizo con las riendas del negocio, la paz se terminó en la zona. «Tiene licencia de cafetería, que es lo que ha sido toda la vida, pero entre semana no cierra antes de medianoche, y los fines de semana organiza fiestas privadas que se alargan hasta las 4, 5 o, su hora récord, 7.45 de la mañana», denuncian.

Imagen de los carteles que cuelgan en la calle Batle Emili Darder.

Los residentes apuntan que al principio tenían una relación cordial con el dueño del local, pero cuando comenzaron a llamarle la atención, la situación se tensó. «Se apropia de las aceras colocando mesas que no tiene permitidas, incumple sistemáticamente el horario de cierre, aguantamos que se ría de nosotros por colgar carteles y vemos cómo se anuncia como un bar de rock y sube a sus redes sociales fotos de las fiestas que organiza, DJs pinchando o conciertos con grupos. Y todo eso con una licencia de cafetería. No nos olvidemos. Todos sus incumplimientos están en Facebook o Instagram. Total impunidad», lamentan.

«El 15 de agosto de 2020, el bar celebró su primer aniversario. La fiesta que había aquí montada era una locura. Colocó un bidón en el mismo paso de peatones, que utilizaba como mesa improvisada. Le da igual la gente mayor con movilidad reducida, él ocupa el espacio. Parece que tiene carta blanca. Se vanagloria de eso», critican los vecinos, al tiempo que recuerdan que en esa misma fecha se produjo un lamentable incidente que copó los periódicos al día siguiente, cuando un cliente le cortó el cuello a otro con una botella rota dejándolo muy grave. «Esto no es Punta Ballena, es un barrio residencial en el que la gente tiene derecho a ganar dinero, pero no a expensas de la salud de los vecinos. Y ahora mismo es invivible». apuntillan.

Fincas en guerra

Seis años llevan aguantando los vecinos de varias fincas ubicadas en la calle Pablo Iglesias el ruido de una discoteca, en el número 12 de esta calle del barrio de Bons Aires. «La gente ya esta cansada, creen que nadie va a hacer nada para evitar los gritos de madrugada, los corrillos y que beban en la calle», enumera Hugo Valencia, que se ha erigido como portavoz de varias fincas. Una vecina del portal contiguo a la discoteca ya ganó una batalla a los propietarios, que pagaron una multa y tuvieron que realizar una serie de arreglos en el local para insonorizarlo. Pero la victoria no ha sido completa.

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Hugo Valencia, vecino de la calle Pablo Iglesias, junto al local que no les deja dormir los fines de semana.

Los vecinos de las fincas colindantes aseguran que la discoteca supera cada noche con creces los decibelios permitidos y acumula decenas de denuncias. Recuerdan que el local se ha cerrado un par de veces por exceso de aforo y que incluso un portero fue condenado a cinco años de prisión por propinar una paliza a un cliente durante la Nochebuena de 2016. «Y ahora se dedican a decir que quieren poner el barrio de moda. Se nos ponen los pelos como escarpias», dicen los afectados.

«Los porteros hacen entre poco y nada para evitar el ruido en la calle. Es más, uno de ellos ha llegado a increpar a los vecinos que protestan», denuncia Valencia, que también apunta que un residente de avanzada edad ha tenido que trasladar su dormitorio a otra parte de la casa para poder dormir. «Yo no puedo hacerlo, así que me toca desvelarme. Y ejerzo como guía turístico. No sabe lo que es levantarse temprano sin apenas conciliar el sueño y conducir hasta cualquier punto de Mallorca. Cuando es la hora de la comida, me voy al coche o al autocar a echar una cabezadita. Si no no llego», lamenta este vecino.

«¿Y sabe qué es lo peor? Se escudan en que nos quejamos porque es una discoteca gay. Nos acusan de homófobos. Pero si hay una pareja gay en el edificio, y también pide que los cierren definitivamente. Nos insultan e incluso se han dedicado a llamar a los portales de madrugada. No nos importa que sean gays. Solo queremos dormir», finaliza.