Aaaron Daniel y su madre Sugey Jiménez.

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Es el testimonio vivo de la dificultad para encontrar vivienda en el caso de una familia vulnerable. De enero a mayo, Sugey Jiménez pasó por seis habitaciones alquiladas junto a su hijo, Aaron Daniel, de siete años, que sufre autismo de grado II y tiene un 37 por ciento de discapacidad.

«La habitación más económica costaba 380 euros y la más costosa, 600. Yo creía que podría pagarme un estudio pero no tenía acceso. Y mi hijo no se adaptó bien, empezó a tener muchas crisis», señaló esta madre soltera, que llegó a agotar todos sus ahorros.

Sin empleo y sin colchón económico, la situación de Jiménez y Aaron Daniel se volvió crítica. «Yo vivía con mis padres pero los vecinos protestaban por el ruido que hacía mi hijo. Por eso me fui a habitaciones alquiladas, pero los vecinos se quejaban igualmente. Yo le decía: «No saltes, hijo». Y ponía tapetes de yoga en el suelo para que pudiera caminar. Y para no agobiar más al niño, me mudaba a otra habitación».

En una de esas casas con habitaciones compartidas podían llegar a vivir hasta veinte personas «y un solo cuarto de baño. Era imposible adaptarnos. El niño se fue saturando y lloraba en cualquier rincón. Si él se tiraba al suelo, yo lo hacía con él».

La situación empeoró de tal manera que los servicios sociales del Ajuntament le tendieron un cable: «En mayo entré en el Servei d’Acollida Municipal (SAM) de Palma, cuyas viviendas cuentan con estudios adaptados. Es como si estuvieras en tu propia casa. Hasta tenía un espejo de cuerpo entero. Y eso está bien. En las habitaciones yo no tenía espejo, solo una cama, un armario y    unas condiciones que dejaban mucho que desear».

Ayer mismo estaba preparando las cajas para la mudanza. Estos meses en el servicio de acogida de larga estancia ha encontrado un nuevo empleo indefinido y ha podido ahorrar para alquilar un piso en s’Arenal.

«Cuando entré en el SAM sufrí un episodio de tromboembolismo pulmonar. Estuve hospitalizada y mi hijo me golpeaba porque no entendía que no estuviera con él en el SAM. Pero fue conociendo a los monitores, que le dieron mucho cariño, y empezó a tener una rutina. Ahora es un niño feliz», reveló esta madre, cuya vida ha dado un vuelco en solo unos meses.

Sugey ultima la mudanza para irse con su hijo y su pareja, que tiene una relación excelente con el niño. «Me voy del SAM más que contenta. He hecho amistades que durarán. Esto no es un final feliz, esto es solo el principio», señaló con contundencia.