Imagen promocional de Palma como destino turístico internacional.

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La Guerra Civil fue el cambio más duro y radical de Palma durante el siglo XX. No solo trastornó la manera de vivir de todos los ciudadanos, tanto vencedores como vencidos, sino que el dinamismo y el proyecto modernizador de la ciudad, que se había iniciado a principios de siglo y comenzaba a dar sus frutos desde el punto de vista urbanístico, sanitario y educativo, sufrió un coitus interruptus que duró varios años.

La represión, la propaganda del régimen y el hambre marcaron los primeros años de la postguerra, pero las siguientes tres décadas dejaron una huella indeleble en la fisonomía, la historia y el futuro de la capital palmesana. El tercer volumen de la ‘Biografía de Ciutat’ que el colectivo Palma XXI presentó hace una semana recoge estos grandes cambios. La transformación urbana de Palma ideada por el arquitecto Gabriel Alomar; el fomento del turismo en la Isla como estrategia promocional de cara al exterior del régimen franquista; o el punto de encuentro en el que se convirtió Mallorca para artistas e intelectuales son los factores que convirtieron a Palma en tres ciudades a la vez: una más tradicional y provinciana, en la Ciutat antiga , otra más internacional, dominada por el Sol y playa del Arenal, y una más cultureta y cosmopolita, en El Terreno.

Inicio de la construcción del parking de la Seu.

Transformación urbana

La revolución migratoria marcó la transformación de la fisonomía de Palma. Lo más relevante para el crecimiento de la ciudad fue la inmigración peninsular, aunque también lo fue la inmigración interior de la Mallorca rural. Inca y Manacor no pierden población, pero la zona El nuevo volumen sobre la historia de Ciutat del colectivo Palma XXI desvela la importancia que tuvieron el turismo y la capital palmesana para que el régimen franquista ganara credibilidad internacional más rural de interior sí, al igual que la Tramuntana.

Unos años antes, en 1939, el arquitecto Gabriel Alomar fue el encargado de elaborar un nuevo plan urbanístico que retomara la necesaria reforma del Casc antic y poner orden en la criticada ejecución del ensanche diseñado por Calvet a principios de siglo, «integrando las barriadas del ensanche y dotándolas de espacios verdes», explica el geógrafo Gabriel Alomar Garau, profesor de la UIB y nieto y especialista en el trabajo del arquitecto.

El tranvía transportó 14 millones de pasajeros en 1939.

Poderoso caballero es don dinero, y los intereses económicos hicieron que la reforma del ensanche y su segunda corona (hasta la plaza de toros) fueran «más testimoniales que otra cosa», mientras que el esfuerzo se dirigió a la ciudad intramuros, aunque solo llegaron a materializarse dos puntos de los doce propuestos por Alomar: la reforma de Jaume III tal y como hoy la conocemos, la arteria comercial más atractiva de Ciutat, así como trasladar a la zona del Olivar el mercado central que hasta entonces estaba situado en la Plaza Mayor. El plan Alomar, tan ambicioso como interesante, quedó a medio gas.

«La llegada masiva de nuevos residentes, atraídos por el trabajo, obligó a la construcción en masa –argumenta Alomar Garau –. Por lo que en 1964 se aprobó un tercer plan, tildado de ‘basura’, por ser muy desarrollista, y conceder licencias para construir alturas enormes. «El resultado es un ensanche estéticamente horroroso, una ‘máquina de escribir’», dice el geógrafo, cuyo resultado se intentó paliar con el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Ribas Piera, en 1973, que trató de poner orden al desaguisado.

Reproducción de la reforma urbanística que Gabriel Alomar quiso realizar en Palma en la época.

Destino turístico

El turismo en Ciutat había sido una actividad creciente antes de julio de 1936, pero se vio cortado de golpe por la Guerra Civil y la II Guerra Mundial. El régimen franquista, ávido de ganar la credibilidad internacional con la que no contaba, apostó por el turismo como la fórmula para mostrar una falsa idea de apertura y modernidad de la dictadura, y Palma fue su principal aliado para lograrlo.

El turismo en Palma empezó a recuperarse progresivamente a finales de los años 40, con un programa nacional de mucho éxito, dirigido a los recién casados españoles para pasar la luna de miel en Mallorca. Según datos de la Cámara de Comercio, en 1945 llegaron a Mallorca 53.134 turistas, de los que solo 691 eran extranjeros. Al año siguiente fueron 61.514 los visitantes, entre los cuales ya se contaban 1.229 extranjeros. En 1950 nos visitaron 98.000, de los cuales 22.000 eran extranjeros, predominando los franceses. La máquina turística se volvía a poner en marcha, y en 1960 llegarían a Palma 361.000 personas. Habíamos pasado de 5.000 a 23.000 plazas hoteleras, la mayoría en el Passeig Marítim y s’Arenal. Pasamos de un turista selecto al turismo de masas, con la consabida pérdida de espacios naturales.

Ahora cuesta creerlo, pero el Plan Provincial de Ordenación de Baleares de 1972 incluía una franja urbanizable desde Andratx hasta Pollença, la urbanización de la Albufera o de es Trenc. «Un planteamiento a lo bestia», señala Joan Mayol, miembro fundador del GOB y uno de los protagonistas de las primeras críticas al turismo, que recuerda cómo un grupo de arquitectos y ecologistas presentaron alegaciones – «con lo que eso suponía en la época», recuerda – para evitar la urbanización de Cabrera. «Conseguimos llevar a Rodríguez de la Fuente a la zona, que se sumó a la causa con entusiasmo. Cabrera salió del olvido y la opción de la protección se planteó públicamente, después de algunos años de trabajo. Ahora echo la mirada atrás y aunque vencimos en muchas batallas, no creo que ganáramos la guerra», lamenta Mayol.

Un grupo de mujeres sale de la iglesia de Santa Eulalia (1942).

Élite cultural

Palma se convirtió en toda una capital literaria en la década de los 60, con tres figuras claves que aglutinaban la mayor parte de la energía creativa literaria que circulaba por Ciutat: Llorenç Villalonga, Camilo José Cela y el filólogo Francesc de Borja Moll. «El mundo cultural no se detuvo en Mallorca a pesar del régimen franquista, y Palma reunió a grandes escritores, incluso Torrente Ballester pasó temporadas largas», recuerda Bárbara Galmés, licenciada en Filología hispánica y profesora en el IES Son Rullán, que también llama la atención sobre «el papel fundamental de las librerías a la hora de proveer de libros prohibidos por la dictadura. Fue una etapa de luces y sombras, pero, sin duda, apasionante», finaliza.