Pausa para almorzar en una calle peatonal de de s’Indioteria. | Pilar Pellicer

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La actividad despertó en sitios como el polígono de Son Castelló cuando se puso fin a la fase más dura del confinamiento, la de dos primeras semanas de abril. El día 13 de ese mes se retomaron los trabajos considerados esenciales como las obras y lo relacionado con la industria, y se empezó el transitar hacia la ‘nueva normalidad’.

Este viernes se cumple el día 55 del estado de alarma; la mayoría de la gente se prepara para el lunes y es un poco como en Bienvenido Mr. Marshall cuando sus protagonistas soñaban sobre su vida cuando vinieran «los americanos» y se acercaban a una mesa para formular sus deseos. Algo así se vive al lado justo del polígono de Son Castellló, en s’Indioteria. 5.161 habitantes repartidos entre la Indioteria urbana (4.518) y la rural (1.593) de acuerdo a los datos de 2019.

Todavía están precintados los columpios y el tobogán del la plaza Licinio de la Fuente y sólo un hombre solo, sentado en un banco delante de las dos torres que identifican el lugar, parece mirar al infinito. Se llama Jesús Romeo. Tiene 67 años, era carpintero, vino a Mallorca a trabajar en la construcción y aquí se casó. Por su modo de hablar no puede ocultar que es aragonés. «No he perdido el acento», asegura, y explica que aunque vivió en Zaragoza, y la conoce bien, nació en un pueblo de Teruel y que sí, que ahora, gracias al grupo político de ese nombre, la gente sabe que Teruel existe. Si se apellida Romeo, hay que preguntarle por Julieta y que anda por casa preparando la comida. Aclara que también vive con «el suegro».

Salir, incluso sin dinero

Si el bar se llama Iturralde, parece claro el origen vasco de quien está preparando todo para el lunes. Margarita, que vino a Mallorca hace ya algún tiempo, habla por teléfono detrás de la barra mientras su marido barre el exterior donde volverá la mitad de la terraza. Es una zona peatonal, un espacio comunal que gestiona la asociación de vecinos, en que hay otros locales y bares. Como la cafetería Angelines.

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Juan, Carmen y dos mujeres más han hecho una pausa para almorzar. «Nos han hecho polvo», dice Carmen refiriéndose al cierre por el coronavirus. Antes abrían de seis y media de la mañana a ocho de la noche. Habrá que ver cómo se organiza todo ahora. Pero quieren pensar que irá bien; más que nada por su clientela habitual, gente de s’Indioteria.
«Es la mejor de Palma, ni que decir tiene que mucho más tranquila que Son Cladera», apunta Carmen reivindicando su barrio. Y Juan apostilla: «Todos me preguntan que a ver cuándo abrimos. Esto de estar en casa ha sido duro. A los suecos les gusta quedarse en casa pero a los españoles nos gusta estar en la calle y salir hasta cuando no tenemos dinero».

La gente, en general, tiene ganas de explicar cómo han vivido estos días. Y también de preguntar y aclarar dudas. Por ejemplo, Miguel quiere saber cuál es exactamente el motivo de que dos personas vayan por ahí preguntando y haciendo fotografías.

«¿Periodistas?, ah, es interesante que te cuenten qué pasa. Yo he visto mucho la televisión estos días, no podía hacer otra cosa», comenta. Y añade: «Y tanto, que nos ha cambiado la vida. Parece que la mayoría de la gente se ha tomado en serio lo de protegerse, pero no toda eh, algunos no se ponen mascarilla».

Con mascarilla va una mujer que no quiere fotos ni dar su nombre, «total, para qué». No hay manera. Pero su historia es buena. Es diabética, explica que tenía «el azúcar a 500» y que en la fase dura del estado de alarma, el especialista le autorizó por escrito a caminar «dos horitas». Y que algún vecino llamó a la policía y que ésta se presentó en su casa. Todo se arregló.

Aclarar, ante la confusión que generaba –o que a él le generó– el texto del miércoles: a Óscar no le detuvo la policía sino que de esa historia (protagonizada por otra persona) se hablaba en su panadería de Génova.