Rafael Latorre abuelo y Rafael Latorre nieto se cobijan bajo la marquesina del autobús aparcado de Enrique Borràs. | Teresa Ayuga

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Las palomas eran este pasado domingo por la mañana las dueñas de la plaza de España. Se peleaban por migas de pan que algún ciudadano considerado había llevado hasta allí saltándose las normas que marcan las autoridades. En esta crisis distópica que estamos viviendo, hombres y pájaros parecen haber cambiado los papeles: ellos vuelan libres mientras ven a los humanos encerrados en las particulares jaulas de sus hogares.

La ciudad amanece desierta, pero todo desierto tiene su oasis. Una mirada más concienzuda permite ver una intensa actividad en calles sin gente. En la calle Sant Miquel, en medio de ciudadanos que pasean a sus perros, aparece un coche de Protección Civil. En su interior, con mascarillas y todo el equipo, van dos voluntarios, Xisco Mir Amengual y Joan Albert Sureda Gómez. Están haciendo una ronda por la ciudad, megáfono en ristre, para recordar a los ciudadanos que deben quedarse en casa.

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Acaban de tener un incidente con una mujer que estaba tomando el sol en Dalt Murada, así que no les quedó más remedio que llamar a la policía. «Nuestra familia está un poco preocupada por estas salidas, pero ahora es el momento de estar», aseguran.

Un pequeño supermercado en la plaza Banc de s’oli es otro oasis de normalidad. Juan Sabater asegura que tienen tanto trabajo que necesitaría contratar a más gente, pero ni los beneficiarios se atreven ni ahora es momento de hacer los trámites. «Veremos qué pasa, pero el panorama parece complicado».

Hornos y policías

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Gala, del Forn ca Na Teresa, asegura que esta crisis ha traido solidaridad: «Viene gente a comprar para toda la finca y aquí tratamos de ayudarles con algún detalle». Un coche de policía para a los paseantes para comprobar qué hacen por la calle. No está permitido circular en pareja y la fotógrafa y la periodista resultan sospechosas. La gente mira a través de las ventanas y llama a la policía para denunciar estos comportamientos, nos dicen mientras nos piden que guardemos las distancias.

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El silencio es algo nuevo en este paseo por la ciudad confinada. Hasta llegar a la Seu. Allí se escuchan cánticos al otro lado de los muros cerrados: es una misa sin feligreses, pensada para este mundo virtual que ahora toca vivir a través de las pantallas.

Enrique Borràs es conductor de la EMT y viene del Arenal. Apenas ha recogido a 15 personas en toda una mañana de trabajo cuando antes cargaba a 500 turistas en un solo viaje. «Hay miedo al contagio pero ahora toca estar aquí». Su pensamiento coincide casi palabra por palabra con el de los voluntarios de Protección Civil de la calle Sant Miquel.

Empieza a llover con intensidad en este oscuro primer domingo de primavera en el que varios militares con sus chalecos reflectantes marchan en formación por el Born bajo la lluvia. Rafael Latorre abuelo y Rafael Latorre nieto se cobijan bajo la marquesina del autobús aparcado de Enrique Borràs. El abuelo va en una silla de ruedas que arrastra con dificultad el nieto mientras arrecia la lluvia. Se dirigen desde el Born al PAC de la Escola Graduada donde van cada dos días para que el abuelo, que vive solo, pueda hacerse las curas en una pierna. Rafael Nieto va a recoger al familiar para hacer el mismo trayecto hasta el PAC. «Es muy duro, pero también viene gente del ayuntamiento a ayudarnos», dice.

La lluvia no amaina y ya no queda nadie en la calle que, ahora sí, queda completamente desierta.