El reloj del Ayuntamiento de Palma ya está a punto para dar las campanadas de fin de año.

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En esta ocasión, para hablarles de en Figuera, hemos recurrido a Pere Galiana Veiret, durante muchos años funcionario del Ayuntamiento de Palma, que conoce muy bien el reloj, su historia y a sus dos últimos relojeros. He aquí lo que nos contó. Especialmente, que Figuera está a punto para dar las campanadas de Nochevieja.

En 1385, el Gran y General Consell determinó colocar un reloj con campana en una torre comprada a los dominicos el año anterior y, a partir de entonces, fue conocida como la Torre de les Hores o la Torre d’en Figuera. Estaba en la parte alta de la costa del Conquistador, unos 20 metros más adentro de la calle, pero se derribó en 1848.

Este reloj pertenecía a las primeras generaciones de los grandes relojeros mecánicos y fue el primer reloj público de España. Era la hora oficial y necesaria para el gobierno de la ciudad. Se sentía casi desde todos los puntos de la ciudad. Los hortelanos se regían para distribuir los turnos de agua para regar y los serenos para regular las rondas nocturnas.

El nombre de en Figuera proviene de su campana. Pesa una tonelada y media y tiene un diámetro y una altura de 1,30 metros. La fundió Pere Joan Figuera en 1386. Tres siglos después se agrietó y en 1680 la refundió igual Joan Cardell Rabassa.

Su largo camino hasta hoy

El reloj de en Figuera tocaba las horas en dos tandas de duración variable: el diurno y el nocturno. El primer ciclo comenzaba a la salida del sol y el segundo volvía a empezar a su puesta. La esfera, en lugar de tener 12 horas, tenía 14 y la duración del día y de la noche oscilaba entre 14 y 9 horas, según fuera primavera y verano, u otoño e invierno. El trabajo del relojero era muy esclavo; debía subir arriba de la torre al menos tres veces cada día: dos para darle cuerda, detenerlo y ponerlo al principio y otra vez por la noche para tocar la queda.

En 1823 se sustituyó la vieja máquina por la del reloj del edificio de la Inquisición, que se había acabado de tirar en la actual Plaça Major y su campana desde entonces se utilizó para tocar los cuartos y los medios.

En 1848 se trasladó al ayuntamiento. Las obras duraron un año. La esfera se puso en el tabique de un balcón y se modificó la forma de contar las horas, según el tiempo medio, donde todos los días son iguales, de 24 horas. Esta particularidad se tuvo que indicar con letras grandes sobre la esfera: ‘Tiempo medio’, innovación que, según los cronistas, puso orden y regularidad en la vida ciudadana.

El reloj de la Inquisición continuó dando problemas. No tenía fuerza para mover los martillos de las campanas, por lo que se tuvo que contratar a un hombre para que lo hiciera a mano. En 1862 se acordó comprar una máquina nueva que utilizaría las mismas campanas. El relojero municipal, Juan Vicat, lo compró en París: un Collins construido en 1863 que costó 46.000 reales y que aún funciona.

Vicat instaló la nueva máquina en una torre que se construyó sobre el tejado del Ajuntament, las campanas se colocaron en la azotea y empezó a tocar el 10 de octubre de 1863.

La esfera tiene un diámetro de 1,60 metros y está montada sobre un panel que, para limpiarla, se abre hacia el interior. Hay otra esfera pequeña de control montada sobre la máquina y una tercera sobre la pared de entrada al Salón de Sesiones.

El movimiento de las agujas se transmite desde la máquina hasta las dos esferas, mediante unos ejes de más de 30 metros de longitud que pasan por varias dependencias y plantas. Las agujas se mueven a impulsos cada 20 segundos y las revoluciones de las dos manecillas se distribuyen en el engranaje de minutos que hay detrás de la esfera.

Con el paso de los años, la maquinaria de en Figuera envejeció y el desgaste afectó a su funcionamiento, lo cual se tradujo en diferencias de algunos minutos. Una noche de Fin de Año falló en el toque de las doce campanadas. Se gestionó su reparación con los mejores relojeros de la Isla, de Barcelona y de París y el resultado fue negativo, ya que el coste superaba con mucho el de un reloj nuevo, por lo que lo dieron por irrecuperable hasta que en 1964 se planteó su sustitución.

Ante la pérdida patrimonial que ello suponía, el concejal Pedro Homar propuso al relojero Fernando Fernández Andrés para repararlo. Era una persona sencilla, pero experta en grandes relojes. Por ello, con pocos medios y un coste mínimo, lo restauró. En reconocimiento, el alcalde lo recibió y le entregó una hermosa placa de gratitud. Después le aumentó la capacidad de cuerda, por lo que pasó de tener que dársela dos veces al día a una vez cada dos días.

Otra campana

En 1966 le añadió otra campana más pequeña, que le daba una cadencia de carillón bitonal en los toques de los cuartos y los medios. En 1978, con tres motores eléctricos de las primitivas lavadoras Allegro y unos interruptores de mercurio, que compró a bajo precio al baratillo, construyó un ingenioso mecanismo para automatizar el trabajo de darle cuerda a vuelta de manivela.

Fernando Fernández hizo tan bien aquella reconstrucción, que desde entonces funcionó a la perfección. Fue su relojero oficial durante 40 años, hasta 2005, que le sustituyó Pere Caminals, de la relojería Española.