Mujeres acceden al edificio CINC de la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela para asistir a una nueva sesión del juicio por el accidente del Alvia. | Efe

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Las víctimas del Alvia continúan acudiendo este miércoles a la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela para declarar ante la jueza. Sus testimonios corroboran el horror del accidente, pero sobre todo las vidas «rotas», tras el siniestro de julio de 2013. «Aquello no era un vagón, era un desastre total. No había arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha», ha señalado esta mañana uno de los afectados del siniestro, el primero que ha acudido presencialmente a la vista.

Asegura que ya había cogido ese mismo tren en anteriores ocasiones, desde Madrid, y que no notó «nada diferente» el día del accidente. Ante las preguntas del fiscal, ha confirmado que en el tren, justo antes del descarrilamiento, se dio aviso por megafonía de que estaban llegando a la estación de Santiago. Tras pasar la curva, recuerda «numerosos golpes» y una gran oscuridad. «Cuando parece que todo se ha parado, haces un 'auto check in', para ver si estás entero», ha relatado el superviviente, que recibió la ayuda de otros pasajeros para retirar los objetos que tenía encima y consiguió salir por su propio pie.

El siniestro le ha dejado tanto secuelas físicas como mentales. Nunca pudo ir personalmente a ningún especialista psicológico, pero asegura que recibió ayuda de familiares.

Por vía telemática ha declarado también otra víctima, que iba en el convoy junto con su marido al entierro de una de sus hermanas, en Coruña. Tras la tragedia, el matrimonio no recurrió a tratamiento psicológico y se servía, según ha señalado la mujer, «de mutuo apoyo». «Yo me hacía la fuerte pero él estaba muy afectado. Se culpaba por haber elegido el tren», ha añadido la mujer, que ha revelado que su marido falleció recientemente. Una de sus hijas, que ha testificado a continuación, ha comentado que a sus padres tras el accidente «les cayeron 20 años encima».

Las secuelas con las que tuvieron que lidiar desde entonces hicieron que todas las labores del día a día se vieran «truncadas». Otra de las pasajeras ha declarado -en línea con el resto de víctimas- que «siempre» había tenido «mucha seguridad en el tren», medio en el que llevaba viajando «40 años». Durante el trayecto Madrid-Santiago, ha apuntado que no notó «nada extraño» hasta que el vagón empezó a balancearse y «todo se volvió oscuro».

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En su caso, viajaba en uno de los vagones que se había separado de los otros y requirió de manera prolongada atención médica tanto física como psicológica. Ha señalado que a día de hoy todavía es una necesidad «cuando se acerca la fecha del accidente». Por otro lado, uno de los supervivientes ha relatado que sabía que se aproximaban a Santiago al ver por la ventana el monte del Pico Sacro: «A esa altura la gente normalmente se empezaba a levantar», ha comentado. Tras descarrilar, trató de socorrer a las víctimas: «Había varias personas gritando, encajadas por los asientos. Intenté levantarlos, pero pesaban una animalada», ha recordado.

Durante el juicio ha declarado también el familiar de una de las víctimas, que falleció durante su traslado en ambulancia al hospital. Él no supo que su madre había muerto hasta que llegó al polideportivo habilitado. La fase civil del juicio del Alvia, que comenzó ayer, trata de establecer las indemnizaciones de los heridos y los familiares de las víctimas mortales. Las acciones se dirigen contra la aseguradora de Renfe (QBE); la de Adif (Allianz Global Corporate & Speciality); Renfe Operadora y Adif. Los letrados de las aseguradoras han sido especialmente insistentes con dos de las víctimas que hoy han testificado, con el objetivo de desvincular sus patologías físicas o psicológicas del accidente de Angrois.

Es lo que ha ocurrido con un hombre, que ha señalado que sufrió traumatismos en el rostro que derivaron en un aumento de la presión ocular, que no pudo controlarse y que le hizo perder la visión. Músico de profesión, viajaba por todo el mundo tocando en diferentes orquestas sinfónicas y además era profesor. Aunque padecía de una enfermedad congénita ocular, la víctima ha señalado que tras el accidente todo empeoró. Le declararon la incapacidad laboral y la invalidez y ahora tiene que vivir acompañado, puesto que requiere de ayuda constante.

«Antes vivía solo, tenía una vida social intensa, viajaba mucho. Amaba mi profesión. La música era mi vida. Tener que cortar con eso ha sido muy traumático», ha declarado. Desde las aseguradoras, han tratado de identificar las razones de su patología y vincularlas con su enfermedad congénita. Lo mismo han hecho con otra víctima, a la que han preguntado, tanto a ella como a su entorno, por las secuelas psicológicas del accidente y cuándo empezaron.

La víctima ha señalado que continúa acudiendo al psicólogo y ha afirmado que su vida cambió tras el siniestro. Era estudiante y tuvo que postergar sus estudios porque no conseguía «centrarse». «Cada vez que ve un accidente o una catástrofe, se altera bastante», ha declarado su padre. Tanto su psicólogo como su fisioterapeuta han testificado esta mañana. Han corroborado las secuelas que la víctima padece y han contestado a las preguntas de los abogados de QBE y Allianz, que, por su parte, han cuestionado que la víctima, tras años de tratamiento, continúe necesitando terapias.