Mallorca siempre figura en el decorado del reinado de don Juan Carlos, aquí se forjó la imagen de hombre campechano y de ‘mejor embajador de España’. | Pedro Prieto

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La noche del pasado domingo, la luna llena iluminaba la bahía de Palma, un espectáculo que doña Sofía pudo contemplar desde las terrazas del Palacio de Marivent en compañía de su hermana, Irene. Fue la última velada en la que oficiosamente mantenía su condición de esposa de don Juan Carlos, a media tarde de este lunes la Casa del Rey emitía un comunicado en el que se confirmaba la marcha del rey emérito fuera de España. Solo, sin su mujer. Ella se queda, en la casa donde se vivieron momentos trascendentes para la política española, pero también para la Familia Real; la de entonces y la de ahora.

Mallorca siempre figura en el decorado del reinado de don Juan Carlos, aquí se forjó la imagen de hombre campechano y de ‘mejor embajador de España’. La pérdida de influencia de Nicolás Cotoner, el leal marqués de Mondéjar, abrió la Isla a las amistades más peligrosas del anterior monarca. A bordo del Fortuna se recibía a todo tipo de personajes, en alta mar; lejos de las miradas más indiscretas. También, por supuesto, a las amantes más discretas y otras mucho más dicharacheras; apunten a una tal Corinna.

Mientras, los periodistas insulares ya estábamos saturados del borboneo estival resultaba curioso ver la cara de espanto de alguno compañeros llegados desde Madrid, incrédulos ante el espectáculo al que asistíamos los indígenas que conocíamos de primera mano las andanzas del entonces rey por Mallorca. Un rosario de ‘anécdotas’ de las cuales doña Sofía nunca aparecía. Sin embargo, el tiempo ha confirmado que ella, y sólo ella, es la que mantiene su vínculo con la Isla y su gente. Su exmarido –¿para cuándo el comunicado del cese oficial de la convivencia?– no regresó desde aquel aciago día de Pascua en el que la reina Letizia despreció groseramente a su suegra en el portal de la Seu. Aquí estuvo sentada en el banquillo una infanta de España, doña Cristina, al que su hermano don Felipe le quitó el ducado de Palma.

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El tiempo explica, ahora, muchas claves del ‘caso Nóos’. Ya se entiende por qué nadie de la Casa Real paró el desastre, no había tiempo para atender las minucias de un yerno torpe.

Don Juan Carlos no ha sabido calibrar el peligro que supone perder a sus amigos más fieles, los testaferros se tienen que elegir con cuidado para que callen hasta la muerte. La princesa de pacotilla y comisionista de tomo y lomo no era, a la vista está, la persona más adecuada para el papel; ella ha infectado de corinavirus a toda la familia.

El próximo fin de semana, la menguada Familia Real llegará al complejo de Marivent, les esperan diez días de ir y venir; llenar la agenda para transmitir la imagen de que se hace algo para evitar en algo el daño de la pandemia. Es inútil. Mallorca volverá a ser el escenario de unas vacaciones dolorosas, la del año en la que el hijo le quitó la asignación económica a su padre, renunció a su herencia y forzó su salida del país. Madre e hijo podrán lamentarse de lo injusta que es la historia con ellos, quizá les sirva de consuelo pensar que no han perdido la dignidad. Por dolorosa que sea.

Volverá a ser una conversación en esas noches húmedas del agosto mallorquín, con el mar negro hasta el horizonte.