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Tengo la impresión de que la tensión social en España está desbordándose. Hace años que la división entre derechas e izquierdas se venía acentuando, que el enfrentamiento entre centro y periferia se profundizaba, que se aceleraba la confrontación entre ricos privilegiados y pobres marginados, pero en la epidemia actual todo esto se está multiplicando a sus anchas.

Estamos llevando eso que llaman ‘escraches’, las protestas ante el domicilio particular de un político, a un nivel jamás visto. Que algunas de sus víctimas sean promotores de esta práctica vergonzosa no reduce su gravedad y la urgencia en que las autoridades las erradiquen. No es un tema de quién tiene la razón: la vida privada debe ser respetada.

Tampoco es admisible la manipulación del lenguaje, de la información, de las declaraciones, del mensaje que se lanza desde los partidos políticos e instituciones. En medio de mensajes prudentes y constructivos, que son más bien pocos, abundan las barbaridades que son especialmente más graves cuando se lanzan desde cargos cuya responsabilidad debería ser promover la cohesión y no el enfrentamiento.

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Es auténticamente deplorable el mensaje que lanzan los medios de comunicación más marginales, tanto a la derecha como a la izquierda, casi todos ellos vinculados a algún partido político que tiran la piedra y esconden la mano. El insulto, la falta de respeto, la exageración, la mentira, la manipulación están en primer plano, sin el menor disimulo. El lenguaje barriobajero, belicista, en boca de quienes tienen responsabilidad en materia de gestión de la opinión pública es auténticamente condenable. Hay medios de comunicación de masas, incluso entre los de más consumo, que están deslizándose hacia posturas inconcebibles en una democracia. Sus colaboradores más radicales parecen hoy uno más en unas plantillas que rezuman odio.

Todos los gobiernos europeos han cometido errores garrafales en la gestión del coronavirus, salvo allí donde el virus, por razones que nadie entiende, ha sido más benevolente. Por un lado, esto exige comprensión, pero al mismo tiempo, los integrantes del Gobierno deben dejar de tergiversar la realidad, intentando dar vuelta a unas denuncias legítimas que debería responder desde la humildad de la que, obviamente, carecen.

España necesita recuperar una democracia en la que sea posible el diálogo, al menos de cara a la tremenda situación económica que nos espera: Europa nos va a tener que rescatar y, puestos a sufrir, siempre es mejor que haya al menos diálogo. No nos queda más remedio que convivir y para ello hay que cambiar la actitud. Así no vamos a ir lejos.