Un hombre descansa en el polideportivo del colegio Badiel que el Ayuntamiento de Guadalajara. | Efe

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«Pensaba que en cuestión de dolor ajeno estaba curada de espanto, pero no. Esto ha abierto una nueva dimensión. Es desgarrador». Lo describe así una psicóloga con quince años de trabajo en un hospital de Osakidetza, el servicio vasco de salud.

Hasta ahora, esta profesional, que prefiere el anonimato porque no quiere protagonismo alguno, se dedicaba sobre todo a los pacientes de oncología y a sus familiares, aunque también podrían requerir sus servicios en otra especialidad.

Con la pandemia del coronavirus, está centrada ahora en los pacientes afectados por la COVID-19 y en sus familias, a los que atiende por teléfono para, por una parte, evitar contagios y, por otra, para utilizar el material «justo e imprescindible», explica.

«El dolor de algunos familiares es desgarrador, sobre todo el de aquellos que ven cómo su ser querido muere solo porque ellos están en cuarentena», continúa esta profesional, que participa en un programa de soporte psicológico ante la crisis de la COVID-19 dirigido a trabajadores, pacientes y familias, pero hasta ahora solo se ha ocupado de estos dos últimos grupos.

Son los médicos o las enfermeras los que le seleccionan y derivan los casos. «Me cuentan cosas de su vida, del pasado, de lo que ven por las ventanas. Hace poco me decía una señora que ve los montes detrás de las casas y que eso le hace recordar que hay vida más allá del hospital», relata la psicóloga.

Ella intenta decirles que esto es temporal, que «en algún momento nos veremos y nos pondremos cara, que volveremos a tener una vida vida, una de verdad».

Recuerda esta profesional que antes de que la COVID-19 llegara, el hospital era un lugar ordenado por especialidades, «los quirófanos se usaban como quirófanos, la cirugía era cirugía; sabías donde estaban las cosas».

Había siempre un ruido de fondo- rememora-. Era «bullicioso, un sitio por el que se movía mucha gente». Pero ahora la mayor parte de las unidades se habilitan para enfermos infectados, incluidas las camas de hospitalización en quirófanos, los hospitales de día o las consultas.

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Si no hay necesidad, no se puede circular por los pasillos y «hay un silencio extraño, ese tipo de silencio que no da tranquilidad».

Por supuesto, en las unidades con más carga asistencial se trabaja a destajo. No tienen tiempo de nada.

«Todos nos enfrentamos a una situación nueva y hay mucha incertidumbre, pero al menos tenemos la suerte de poder trabajar y poner la energía en hacer algo que creemos bueno», resalta.

Y asegura que los trabajadores que están en primera línea están sobrecargados, cansados, irritables, tristes. «Luchando todo el tiempo con la impotencia de no saber cómo tratar esto», resume.

Aunque la situación de los sanitarios no es buena, esta psicóloga tiene la impresión de que para nada es comparable «con el dolor» de pacientes y familias.

Los enfermos de coronavirus tienen las visitas muy restringidas o, incluso, no tienen y solo ven entrar a la habitación personal 'disfrazado' al que no le ven ni la cara.

En su hospital trabajan para humanizar el aislamiento e intentan que esto sea compatible con los protocolos de seguridad. «No se nos puede olvidar -dice- que los pacientes son algo más que cuerpos infectados y que este 'secuestro' les puede pasar factura».

Nadie podía imaginar hace un mes que esta pandemia se infiltraría en nuestra vida. «No podemos salir, ni besarnos, ni reunirnos con quién nos gustaría. Se ha metido incluso en nuestros sueños», enfatiza esta profesional.

Ella nos cuenta que cuando estaba muy presionada en el trabajo fantaseaba con la jubilación, con una playa solitaria, y eso la «liberaba». Todo eso está ahora en el aire. «Ojalá que después de esto recuperemos lo que teníamos», concluye.