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Fue un debate patético, impropio incluso de los cuatro Jinetes del Apocalipsis que este martes intervinieron, verdadera máquina de abstencionistas. Rivera rozó el histrionismo; Sánchez parecía un perdonavidas de western; Casado, un monaguillo tenso e Iglesias, un sacristán moralista. Nunca segundas partes fueron buenas en shows televisivos.

Atresmedia organizó un debate desesperantemente largo, veinticuatro horas después del primer round celebrado el lunes de Pascua en RTVE. No hay cuerpo capaz de saborear tamaña sobredosis de mensajes repetidos en tan corto lapso de tiempo mientras el póker de protagonistas se interrumpía una y otra vez, aprovechando que los dos moderadores, Ana Pastor y Vicente Vallés, no sabían poner orden, hasta el punto de que la moderadora Pastor tuvo que advertirles que en los hogares no les entendería nadie.

Hubo instantes cómicos. Rivera quiso apuntarse un tanto efectista al ‘entregarle’ a Sánchez un ejemplar de su controvertida tesis doctoral. El líder del PSOE le estaba esperando y le entregó a Naranjito el libro ‘España Vertebrada’, obra del Abascal, jefe de Vox, y de su ideólogo Sánchez Dragó. Rivera quedó grogui. Empezó a parpadear y a tildar de ‘nervioso’ a Sánchez. Incluso llegó a exhibir papel-sábana con un supuesto listado de ‘corrupciones’ socialistas. Fue digno de película de Cantinflas, aunque Rivera, que iba embalado, se creía Tarzán.

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Al salir el asunto de Cataluña, el cuarteto iba más acelerado que un BMW. Volvieron a tirarse los trastos a la cabeza. Casado y Rivera trataron a una nacionalidad histórica con lengua e historia milenarias, y puesta en pie contra el centralismo madrileño, como si fuese una toalla de baño usada en una piscina de Majadahonda. En esto, Sánchez, Casado y Rivera están de acuerdo: no habrá independencia.

Iglesias fue más hábil y se acordó de Baleares, la Comunidad Valenciana o Extremadura para recordar que el problema es el centralismo y el desprecio a la periferia. Sánchez se dio cuenta de la jugada del ‘podemita’ y también evocó a Baleares y su régimen especial en términos tan cariñosos como superficiales. Pero al menos las penas del Archipiélago balear le sirvió a la izquierda para intentar lidiar el asunto catalán entre los estridentes alaridos de la derecha.

Porque, este martes, con los cuatro jinetes agotados, gastados y repitiendo el mismo disco del día anterior, sólo hubo lugar para la desazón. Seguro que infinidad de telespectadores se fueron a la cama con la convicción de que este póker de políticos no resolverá sus problemas y que España padece una seria carencia de líderes de nivel, capaces de generar ilusión y esperanza en vez de avinagradas pesadillas de medianoche. Y pensando también en el voto amargado y deprimido que depositarán el domingo en las urnas.