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No hay que engañarse. El vuelco del electorado andaluz a favor de la triple derecha poco tiene que ver con el giro ultraderechista que se está viviendo en Europa. Allí manda la xenofobia, el desprecio a los inmigrantes y el euroescepticismo. No son esas las claves del giro derechista andaluz, una comunidad que había sido un vivero de votos de izquierdas desde tiempos inmemoriales. La clave ha sido el miedo a que se rompa la unidad de España.

Todo empezó a cambiar en Cataluña, en paralelo al avance del procés independentista. Infinidad de andaluces y descendientes de andaluces residentes en el Principado votaron a Ciudadanos en las últimas citas electorales catalanas e hicieron líderes punteros a Albert Rivera, hijo de malagueña, y a Inés Arrimadas, natural de Jerez de la Frontera. Esa es el punto de partida desde el cual se pueden comprender los comicios andaluces de este domingo.

Los líderes del PP, de Ciudadanos y de Vox han competido en anticatalanismo, en quién la decía más gorda e hiriente contra los líderes independentistas. Y han logrado inyectar miedo en los electores. La mayoría de andaluces han ido a votar convencidos de que la unidad de España está en peligro. Han elegido papeleta movidos por sus intereses envueltos en la bandera del patriotismo. Andalucía es una de las autonomías más beneficiadas por el sistema de financiación. Si los catalanes logran marcharse, perderán muchísimo. Eso es lo que les han sabido transmitir PP, C.s y Vox. Es más, les han dicho que una recentralización en materia educativa, sanitaria o cultural les beneficia porque, a cambio, se atará de pies y manos a los catalanes. Y les han convencido de que eso es lo que verdaderamente les salvará.

Marie Le Pen ha felicitado efusivamente a Santiago Abascal por su clamoroso éxito al obtener 12 escaños. Es todo un síntoma de haya donde se dirige la política española. Pero mientras la máxima obsesión de la extrema derecha francesa es son los musulmanes y los subsaharianos, en España el desprecio mayúsculo se dirige hacia los independentistas catalanes y vascos. Le Penne no traga a muchos africanos; los líderes de Vox, a no pocos europeos bilingües y levantiscos.

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Este esquema se repetirá no sólo en las elecciones generales (donde Sánchez las pasará canutas y ya puede ir preparándose para abandonar el poder) sino también en las autonómicas y locales del mayo. Desbancar al PP de Rajoy del poder el pasado junio ha propiciado un giro aún más hacia la derecha.

España vuelca de una manera visceral, en un proceso dirigido desde el poderío mediático madrileño. Y este flujo de las derechas, que ya recuerda fenómenos como el acontecido en Europa en los años 30 por el miedo al comunismo, condena al Gobierno Sánchez a una patética agonía.

Los dirigentes de Vox han dicho en varias ocasiones que `hay que elegir entre pensiones o autonomías'. No esconden su desprecio hacia el Estado autonómico, aunque en Andalucía lo hayan matizado durante la campaña. Pero han triunfado en las dos riberas del Guadalquivir porque los andaluces saben que si se quiebra la unidad del Estado perderán mucho más de lo que ganan con su propio autogobierno. Sólo queda prepararse para ver cómo se votará en masa a las derechas dentro de unos meses en Madrid, las dos Castillas o Extremadura, sobre todo, en relación directamente proporcional al gran perjuicio que sufrirían si los catalanes lograsen marcharse.

Y lo pero para Pedro Sánchez es que no tiene ninguna respuesta para evitar esta marea de derechización. Ninguna. Fue presidente con el voto independentista. Y ahora se ha metido en un barrizal del cual no sabe como salir.