El presidente del gobierno Pedro Sánchez, durante la visita a la Selección Española en la Ciudad del Fútbol de las Rozas. | Reuters

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La política es así de cruel. Es como el pescado fresco. Al cuarto día ya huele mal. Mariano Rajoy apenas ha resistido cuatro días desde que perdió la moción de censura hasta el llorón anuncio de que deja muy pronto la presidencia del PP, de la que parecía inamovible hace poco más de una semana, cuando ordenó a Ana Pastor que adelantase al máximo la moción de censura para 'ridiculizar' a Sánchez.

En el PP-Balear se comenta mucho el WhatsApp que ha mandado el entorno de Biel Company a los presidentes de juntas locales y cargos intermedios del partido. Les pide que no se pronuncien a favor de uno de los tres aspirantes a suceder a Rajoy: Feijoo. Cospedal y Soraya, y les reclama que estén calladitos hasta que hable el mismísimo Company en persona. Es todo un reflejo de lo que está pasando en estos momentos en el PP de toda España. El tótem ha caído del pedestal y los que aún mantienen cuotas de poder internas se esfuerzan por mantener el cotarro y evitar la desbandada. Le ofician el funeral a Rajoy intentando salvar el pellejo, lo cual no es poco en estos momentos.

El desastre Rajoy va mucho más allá de la derrota en la moción de censura y de la durísima sentencia por el primer capítulo del culebrón Gürtel. Este hundimiento se ha producido de manera tan impresionante porque ningún poder fáctico, sea procedente de la Banca, del Ibex-35 o de la cúpula de Bruselas no ha movido un dedo por Rajoy. El estruendoso silencio de tantos poderosos estos últimos cuatro días es lo que ha determinado el final de Mariano. Son los mismos que se opusieron e impidieron un Gobierno de izquierdas apoyado por nacionalistas hace dos años. Pero ahora hay demasiado pescado podrido por todas partes para intentar evitar este vuelco político.

El sistema económico-institucional necesitaba una rueda de recambio para afrontar el incendio catalán, al que tanta gasolina echó Rajoy. Esta bien hinchada rueda de recambio se llama Pedro Sánchez. Lo peor que le puede pasar a un partido de derechas, lo peor que le puede caer encima al PP, es que los poderes fácticos apuesten por un partido de izquierdas minoritario para salvar los muebles. Pero no tenían otra salida. Mariano y su flema suicida ha acabado con todos los esquemas de la lógica política. Con todos.

Por eso nadie cree ya en él. Por eso hay que confiar en Sánchez como última tabla de salvación. El poderío fáctico español ya hizo algo muy parecido en 1982, cuando le facilitó el camino al poder al PSOE de Felipe González tras la caída de Suárez, el Tejerazo y los constantes fracasos de un Calvo Sotelo que tanto se parecía Mariano en su inoperancia mientras el problema del terrorismo vasco se les iba de las manos. Sólo fue llegar al poder, y aquella generación de dirigentes socialistas empezó a ver cómo crecía su nivel de vida y su status. Algo muy parecido a cómo progresa el matrimonio Iglesias-Montero en la actualidad, en paralelo a que es cada vez más necesario para unos poderes fácticos que ya no pueden confiar en el PP-pescado-podrido.

Ahora la esperanza se llama Pedro Sánchez apoyado en la muleta Podemos. De pronto, Naranjito y su Ciudadanos, con su patrioterismo marta-sanchista y neofalangista se ha convertido en un juguete barato, vacío, roto e inútil.

Sánchez es la última carta antes del caos. El último salvavidas antes de caer en el remolido del agujero negro catalán. Y los que mandan en Europa y en el euro no están para más desastres. Van a apuntalar a Pedro Sánchez como si fuese la Vírgen de la Esperanza en un paso de Semana Santa, con Pablo Iglesias de costalero de lujo. Y lo que queda del PP lo sabe, por eso acelera el funeral, para salvar los restos del naufragio.