Al bloque independentista le sobra fuerza para gobernar pero le falta músculo para emprender con garantías el camino de la independencia. | Alberto Estévez

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El resultado de las elecciones catalanas deja al Principado y al conjunto de España en un mar de confusión a dos meses y medio de las generales. El independentismo ha logrado su primer objetivo: mayoría absoluta en el Parlament, pero se ha quedado a poco más de dos puntos de lograrlo en votos. Puede mandar holgadamente pero no tiene ahora mismo la legitimidad para acelerar el proceso secesionista. Además, el Junts pel Sí de Mas y Junqueras necesitará de la CUP para formar mayoría. Artur Mas sólo podrá ser investido si los antieuropeístas de Antonio Baños (CUP) se abstienen. En conjunto se trata de una amalgama heterogénea que hará difícil la gobernabilidad ahora que el proceso se ralentiza, aunque tienen fuerza sobrada para seguir empujando hacia su objetivo final. De hecho así lo han dicho sus líderes. Con cerca del 48% de los sufragios están legitimados. Otra cosa es que tengan la fuerza suficiente para lograrlo. De hecho, ante el impresionante incremento de la participación en las urnas, el independentismo ha crecido, pero le han faltado dos o tres puntos que habrían sido decisivos.

La suma de Convergència más Esquerra Republicana y entidades cívicas no les ha bastado para hacer tañir las campanas de la separación de España a velocidad de crucero. Han triunfado en Girona, Lleida y Tarragona. Pero el cinturón industrial de Barcelona, donde se concentran centenares de miles de inmigrantes o de hijos y nietos de inmigrantes a menudo castellanoparlantes, les ha puesto el freno. Esta gente, que se alimenta de las televisiones madrileñas, no solía ir a votar a las autonómicas. Esta vez lo han hecho. Muchos han votado a formaciones de izquierdas. El Catalunya sí que es pot aliada de Podemos, que ha obtenido menos escaños que Iniciativa; el PSC, que pierde algunos escaños pero mantiene el tipo. Pero el gran triunfo es de Ciudadanos, que se ha convertido en la segunda fuerza en Catalunya y ha sido el gran dique para frenar el proceso independentista. Ciudadanos es ahora la gran bandera de los amplios segmentos inmigrantes que no han acabado de integrarse en la cultura catalana. Si los independentistas no entran con más fuerza en este cinturón industrial (Badalona, Cornellà, l'Hospitalet,... siempre les faltará el apoyo suficiente para desligarse de España).

Mención aparte merece el PP. Su resultado es catastrófico teniendo en cuenta que es partido del Gobierno central. Pierden ocho escaños. Su candidato, Xavier García Albiol, se sitúa por debajo de la defenestrada Alicia Sánchez Camacho. El Gobierno de Madrid y el bombardeo de las cadenas televisivas capitalinas ha sido decisivo en este freno parcial al independentismo. La prueba es la gran participación. Madrid ha metido en la campaña del pánico a Obama, a Merkel, a Cameron, a Sarkozy y a Juncker esparciendo pánico por doquier a pensionistas y a los segmentos más débiles de Catalunya, pregonando su expulsión de Europa, el corralito y un 37 por ciento de paro. Jamás se había visto una cosa igual. Esta campaña ha calado en Catalunya. Es evidente, pero no en beneficio de Rajoy sino de la joven Inés Arrimadas, la candidata de Albert Rivera.

Lo seguro es que Catalunya está enquistada a la espera de las próximas generales. Después, todo es posible, desde una negociación con el nuevo Gobierno que salga de las urnas, hasta, en último y desesperado extremo, un pacto para celebrar el definitivo referéndum de autodeterminación, única manera de desatascar el laberinto. No hay que olvidar que la Catalunya si que es pot y Unió Democrática son partidarios del derecho a decidir. Eso abarca cerca del 60 por ciento de los votos emitidos este 27-S.

Pero ahora no hay manera de negociar nada. Rajoy ha salido muy tocado de Catalunya, al igual que su ministro catalán Fernández Díaz. Escaldados por el miedo que han esparcido. Han parado la mayoría absoluta en votos indepentista, pero se han quemado en el intento. Arrollado por Ciudadanos, el PP emplaza con mal pie la cita de diciembre. Encerrados en sí mismos, no se puede esperar de ellos el imperioso diálogo que precisa Catalunya.