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Cabe desear que en este momento de su vida, Felipe de Borbón cuente con un buen coach que no haya sido elegido por su padre.

Ocho o diez sesiones bastarían para que sacara adelante un estratégico plan de vida y carrera; le ayudarían a darse cuenta que hasta este momento una vida de privilegios lo ha favorecido con una educación estupenda, que hoy cuenta con una carrera, un master y algunos oficios militares de alto rango que bien podrían ser sus fortalezas para conseguir fácilmente un buen empleo o bien para abrir una nueva empresa.

Un buen coach no le aconsejaría o desaconsejaría, pero sí le apoyaría a darse cuenta de que ha heredado una empresa del siglo XI (la monarquía) que siempre ha sido insostenible y poco ética; que en este tiempo no ha variado su modo de producción ni ha creado productos de valor y que hoy, diez siglos más tarde, sigue gozando de un gran desprestigio social asociado a fuertes problemas de imagen y credibilidad.

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Un buen coach le ayudaría a localizar sus propios sueños y a trazarse objetivos alcanzables, compatibles con un futuro digno para él y su familia; pues es indigno vivir favorecido por los desfavorecidos y gozar de prebendas pagadas con el sacrificio, el hambre y la miseria. Seguramente lo comprometería con el trabajo y el esfuerzo, que es actitud poco glamurosa e históricamente incompatible con la realeza. Lo reforzaría en el trayecto de forjarse una identidad propia para conseguir abdicar de la impuesta.

En este momento crucial, un buen coach le recordaría a Felipe algunas palabras de Viktor Frankl: “El talante con que un hombre acepta su ineludible destino y todo el sufrimiento que lo acompaña, la forma en que carga con su cruz, le ofrece una singular oportunidad –incluso bajo las circunstancias más adversas- para dotar a su vida de un sentido más profundo. Aun en esas situaciones se le permite conservar su valor, su dignidad, su generosidad. En cambio, si se zambulle en la amarga lucha por la supervivencia, es capaz de olvidar su humana dignidad, igual que nos recuerda la psicología de los internados en un campo de concentración. En esa decisión personal reside la posibilidad de atesorar o despreciar la dignidad moral que cualquier situación difícil ofrece al hombre para su enriquecimiento interior”.

Estoy convencido de que un buen coach para Felipe, que lo enfrentara a las creencias limitantes sobre su pasado, que lo hiciera sentirse dueño de su futuro y no títere de su destino, que le diera las herramientas para aceptar los retos que le impone la historia, que lo reconectara con su dignidad y con la humana ilusión de ser bien recordado por sus hijas y por la humanidad entera, en fin, un buen coach que lo hiciera perder la cabeza y le diera el valor de apoyar un referéndum… podría acabar en la guillotina.