ALEXANDRE MIQUEL NOVAJRA

«El turismo actual y democracia no pueden ir en la misma frase»

El reputado antropólogo y sociólogo se jubila después de tres décadas dando clases en la UIB

Alexandre Miquel posa para esta entrevista en el campus de la UIB | Foto: K. O.

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Alexandre Miquel Novajra no respondió a ninguna de las preguntas preparadas para esta entrevista porque ni siquiera se llegaron a formular. La charla inicial enseguida se convirtió en una improvisada conversación que saltó de un tema a otro, de lo hiperlocal a lo universal, y que en su conjunto bien valió la pena registrar ahora que se jubila este reputado sociólogo y antropólogo tras tres décadas dando clases en la Universitat de les Illes Balears (UIB). Quien le conozca entenderá lo ocurrido, porque este profesor de origen italiano completamente mallorquinizado tiene la habilidad de plantear una temática de la que luego va tejiendo un largo hilo.

«De joven viví en Biniali y, aunque me dirigiera en mallorquín, me hablaban como se debe hacer con un extranjero rubio de ojos azules: en castellano, gritando y en infinitos», recuerda entre risas, y eso lo une con el rechazo al inmigrante y el foraster. «Se le ve como un ‘ignorante de lo nuestro’, pero cuando aprende el idioma, se convierte en sospechoso, un espía. Trabajando como antropólogo en Ibiza tuve que usar el castellano porque me salía un acento mallorquín que en seguida percibían y del cual desconfiaban», comenta.

Sostiene que la sociedad mallorquina está caracterizada por el sincategorema, es decir, una palabra sin una significación clara, pero que activa un interruptor, una simpatía: «El uep forma parte de un universo riquísimo. La gente se siente identificada». Miquel niega que exista un «trauma cultural» por el turismo en Mallorca, como algunos autores llevan años defendiendo. «Eso no ha ocurrido hasta hace muy poco. Hace 15 años, aunque hubiera movimientos críticos minoritarios, la mayoría de gente todavía decía que aquí se vivía mejor que en cualquier otro lado del mundo. Del turista se habla mal cuando no tienen a uno delante, pero luego se adaptaban a él aprendiendo su idioma y sirviéndole. Eso se hace para sentirse uno mejor consigo mismo», apunta, y defiende que con la gentrificación y la turistificación sí que ha explotado ese equilibrio y se ha manifestado que el turista y el residente no pueden convivir. «Mientras había un espacio para turistas y otro donde no los había, el local podía sobrellevarlo, pero eso se acabó. Estas islas jamás han sido una sociedad cosmopolita, aunque hubiera alguna excepción en el periodo de entreguerras. El cosmopolitismo es la mezcla, y aquí hay una fuerte separación entre grupos».

En su Italia natal, a pesar de sufrir el exceso de turistas igual que Baleares, la identidad es tan sólida, especialmente en el sur, que no está siendo moldeada como aquí. «Florencia y Venecia ya son parques temáticos, pero venden una cultura universal que solo existe allí; por eso tienen otra actitud ante el turismo, porque reivindican algo único. Aquí, en cambio, vendemos sol y playa y servilismo, tres cosas sustituibles. Italia, a diferencia de Mallorca, no es una sociedad turística, sino con demasiado turismo», argumenta el profesor, que rechaza tajantemente los discursos que culpan al visitante: «El turista que ‘te invade’ es tan víctima como tú de este proceso».

Esta afirmación, que ya habrá indignado a más de un lector, la conecta con otra más polémica: «Turismo y democracia no pueden ir en la misma frase». La democracia no es la igualdad, es poder decidir sobre la cosa pública, defiende, y denuncia que se cambie su sentido. De hecho, puede haber sistemas igualitaristas no democráticos. «Sí podría ir en la misma frase si gestionas democráticamente cómo recibes a esos visitantes, pero si no puedes controlar, reducir y eliminar sus efectos negativos, ¿cómo puedes usar la idea de democracia? Los indios kuna de Panamá, en su momento, han podido controlar quien les visitaba. Dudo que ahora lo sigan haciendo, y menos con las aspiraciones de Estados Unidos sobre ese país. La demostración de que turismo y democracia no están yendo de la mano son las low cost, que son el paroxismo de la falta de democracia en el turismo. Llegas ahí y un trabajador que quizás está peor que tú te trata de cualquier manera. Ni siquiera puedes decidir sobre lo que has comprado. Poder viajar no implica que tengas derechos», expone.

El sociólogo también subraya que la mayoría en Baleares, hasta hace bien poco, se autopercibían como clase media, un término que hace referencia a «algo que no existe», pero que durante décadas ha sustituido el concepto de clase basado en la posición que tiene cada uno en relación con los medios de producción. «Si tienes que vender tu fuerza de trabajo para ganar dinero eres de clase trabajadora; si tienes los medios de producción, perteneces a la clase empresarial, eres rico o rentista. Esta diferencia no se entendía y se asumía un discurso performativo para evitar considerarte de clase trabajadora. Todo esto ahora se ha acabado aunque haya resistencia a ello. Los hechos demuestran cómo se vive: ves que tienes un sueldo de mierda y una pensión mínima».

Realidades alternativas y espiritualidad

«Las humanidades, más que muertas, han sido sustituidas por el relato performativo que se concreta en las redes sociales y en el discurso político. Son relatos que no analizan la realidad social, sino que la construyen. Trump no es el problema, es la consecuencia. El problema es que el relato público ignora la realidad porque ha habido una sustitución sistemática del análisis crítico, del poder discutir lo que no te gusta y ver las causas de lo que sucede. Así se crean realidades alternativas», afirma el antropológico, y advierte que esto lo distorsiona todo.

«Si escuchas un discurso que habla de que estamos invadidos por inmigrantes a los que se subvenciona y nos quitan el trabajo, la gente lo cree, pero la realidad que muestran las estadísticas evidencia todo lo contrario», asegura, recordando que la migración «es un elemento constituyente de la humanidad». «Los movimientos del sur al norte son imprescindibles para mantener su estatus de vida, incluso los gobiernos más reaccionarios lo admiten. Europa necesita migrantes, pero el discurso político los marca como responsables de todos los problemas de cada país. Se busca la responsabilidad externa sobre otros que viven en situaciones vitales similares o peores en vez de entender la realidad. Y ahí las humanidades pueden alimentar un discurso coherente», defiende, aunque la situación actual siga el rumbo contrario.

En paralelo al auge de fundamentalismos religiosos, ya sean evangelistas, islámicos o hinduistas, el antropólogo cree que la secularización de las sociedades contemporáneas no ha acabado con la «necesidad de explicación». «Hay muchas religiones que tienen rupturas, como pasa en el Islam con el sufismo, que tanto admiro», confiesa, porque «sienten la conexión con una dimensión de uno mismo, no con la divinidad». Ese formar parte del universo sin necesidad de intermediarios explica que la actitud científica sea una forma de espiritualidad, como dice Miquel, insistiendo en que la ciencia deja de serlo cuando no se cuestiona a sí misma. «Aprender de los errores y autocuestionarse es imprescindible», añade. Y el cultivo del saber viene del exterior, de la sociedad.

«La cultura es una prótesis del cerebro» dice el profesor citando al también antropólogo Roger Bartra. «Por eso construimos egos diferentes según dónde nacemos. El ego no es preexistente, es la manera según la cual interiorizamos lo que nos rodea. El interaccionismo simbólico plantea que tenemos tres tipos de relaciones con nosotros mismos: el mí, que sería el yo socializado, el habitus, el cómo soy con los otros; el yo, que es el pensamiento y lo construido a partir del otro, y el sí mismo o la reflexividad, que permite plantearnos por qué pienso y soy ‘esto’», concluye, dejando que seamos nosotros, y tú, quien termine esta conversación.