Al inicio de la pista que lleva a la finca de Sa Campaneta, en Puigpunyent, se puede ver un cartel en el cual se lee un nombre semánticamente incoherente que define bien nuestra época: «Sa Comuna. Propiedad privada». La Serra de Tramuntana no siempre estuvo mayoritariamente en manos privadas, como sí pasa ahora. Las comunas, esa originalidad medieval por la cual los municipios disponían de tierras para que los vecinos pudieran cazar, recoger leña o llevar a su ganado a pastar, eran algo muy extendido en Mallorca. Un bien común que daba mayor autosuficiencia. De todo eso, aquí, apenas queda un recuerdo en la toponimia, pero la geógrafa Nora Müller aspira a recuperar esa manera de ver el territorio adaptada a estos tiempos.
«Hay una creencia muy fuerte en la propiedad privada, donde se llega a creer que uno puede hacer lo que quiera, sin límites. Pero eso no es así, el bien común está por encima. Y aunque la mayoría de gente lo sabe, sigue existiendo esta contradicción», explica la autora de una tesis sobre la mercantilización y privatización turística de la naturaleza centrada en áreas protegidas privadas de la Serra. «Ese uso comunitario, abierto, se está perdiendo o está amenazado porque los nuevos propietarios de fincas, que son extranjeros, desconocen el derecho de servidumbre», advierte, aunque cree que la situación es más compleja que eso y hay dueños locales que también cierran el paso ante la creciente masificación de Tramuntana. «Se aboga por protegerla, pero al mismo tiempo se impulsan campañas turísticas de desestacionalización que atraen más gente a este territorio. El problema son los accesos por carretera y los aparcamientos, que se saturan, pero si se ampliaran, iría todavía más gente», reflexiona. Durante la elaboración de su tesis entrevistó a muchos propietarios y algunos le confesaron que cuidan sus tierras por pura nostalgia. «Las mantienen por ese sentimiento, porque no sacan ningún rendimiento económico».
La atracción por un territorio como la Serra se produce por su mercantilización. «La creación de un nombre que representa un espacio físico que se vende como producto es la base de este proceso. Y ahí la Administración pública ha tenido un papel clave porque se ha encargado de crear la idea de la Serra de Tramuntana, porque en realidad es un lugar heterogéneo aunque se muestre como algo uniforme para usarse como reclamo turístico», explica Müller, señalando que esto es algo de lo que se pueden beneficiar empresas privadas que oferten cualquier tipo de actividad. No lo condena, solo lo expone, pero para deshacer esto, la geógrafa cree que se deben de establecer mecanismos más participativos sobre los usos, el acceso y la negociación sobre lo que se puede y no se permite en este entorno natural. «Se puede hacer un uso comunal de las fincas de la Serra aunque sean privadas. Las casas son un lugar íntimo, y ahí no se debe de ir, pero el resto, donde esté permitido, tiene un valor común. Nuestra sociedad es muy urbana y es necesario disponer de espacios naturales para salir de la ciudad», considera la doctora del Departament de Geografia de la Universitat de les Illes Balears (UIB).
También advierte de que pueblos de la Serra, como Banyalbufar y Estellencs, hayan perdido población residente a favor del turismo. «La mayoría de casas se han vendido o alquilado porque vivir allí y trabajar en Palma, es complicado, y su uso queda reducido a ciertos momentos del año. Eso provoca la pérdida de gente vinculada al territorio que cuide de las fincas. Además, esa gente que lo hace por nostalgia va muriendo y no hay relevo, lo cual lleva al abandono. Esa es la gran contradicción: se vende una imagen turística que depende de todo esto que va desapareciendo porque la tierra ya no da para vivir».
Müller, nacida en Berlín, llegó por primera vez a Mallorca en 2023, cuando todavía estudiaba en Barcelona. Más tarde se acabaría mudando a la Isla y su afición por la escalada y el senderismo le han permitido conocer mejor el territorio que estudia. En parte, eso la llevó a hacer la tesis, que estudió diferentes proyectos de conservación en fincas privadas de la Serra. Todas tienen un interesante elemento común: prevenir una turistificación extrema del medio. La Trapa, en Andratx, fue comprada para evitar su urbanización. La adquirió el GOB en 1980 gracias al apoyo popular y de sus socios. Es un ejemplo de propiedad privada con un objetivo claro a favor de su uso colectivo. «Cualquiera que se sume al proyecto puede formar parte de la toma de decisiones de lo que se hace en la finca», comenta Müller. Aun así, en la histórica entidad ecologista existe el debate interno sobre si las casas deben de convertirse en un refugio para excursionistas locales y turistas. «Al final, la dependencia del turismo es tan grande en Mallorca que es muy difícil escapar de esta lógica», lamenta.
Las fincas de Son Torrella (Escorca) y Ariant (Pollença) ofrecen voluntariados para dar a conocer la naturaleza no solamente con fines de ocio. Al contrario de La Trapa, en el segundo caso el acceso está más restringido y la participación es más limitada que con el GOB. Todavía más acotado es el acceso a Ternelles (Pollença), mientras que en la Muntanya del Voltor (Valldemossa) hay un control para evitar la masificación del entorno. «Prefiero estos proyectos al del hotel de lujo de Son Bunyola (Banyalbufar), que sería lo opuesto. Es difícil que estas iniciativas se repliquen en el resto de fincas privadas de la Serra porque cada una es un mundo diferente y tiene sus particularidades. La gestión de Tramuntana es tan complicada que es muy frustrante», admite, pero cree que las iniciativas mencionadas son un ejemplo a seguir para transitar hacia un modelo comunitario más participativo.