«Llegar a Can Gazá ha sido como entrar en el paraíso»

La de Julio Andrés Gómez, de la mano del alcohol y la droga, ha sido una vida muy al borde del abismo

Julio Andrés Gómez, en Can Gazá. | Click

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A Julio Andrés Gómez le conocimos la otra mañana en Can Gazá, que es dónde vive desde hace unos meses. Su vida, durante algunos años, fue un fracaso, discurriendo, en distintos tramos, por el borde que lleva a la abismo, todo como consecuencia del alcohol y la droga, a los que llegó a través de diversas circunstancias personales y familiares.

A todo esto nos lo cuenta sin necesidad de que le hagamos muchas preguntas, lo que hace que más que una entrevista sea lo más parecido a un monólogo, y en según qué momentos, dada su abstracción, pues parece que se lo cuenta a si mismo, en un soliloquio.

«Llegué a Palma en el 88-89 del siglo pasado, dejando en Madrid a mi mujer, de la que me había divorciado, y a mi hija, a la que no me dejaba ver. Al cabo de un tiempo, suavizamos las relaciones».

En Palma trabajó en la construcción «en la que estuve tres días, ya que me pusieron a trabajar en la terracota, lo cual no me iba bien, pues no sabía mucho cómo hacerlo, por lo que me puse en contacto con un segurata, quién me ayudó a que entrar a trabajar en su empresa. Un día se presentó en Palma mi ex con nuestra hija, que tendría unos 11 años. Me dijo que me la quedara, pues era una insoportable. Se quedó y nos llevamos más o menos bien. Dejé mi trabajo para enrolarme como escolta de un embajador Atlarge, título que había comprado en Liberia y… Pues que al final fue un fracaso y encima el tipo no me pagó. Y lo peor, que me quedé sin trabajo, por lo que no me quedó más remedio que volver a ser segurata».

Continúa, «un día me reencontré con el amigo que me ayudó a entrar en su empresa de seguridad, diciéndome que la ha dejado para enrolarse como jefe de seguridad de una sala de striptease de la Playa de Palma, por la que pasé una noche a verle. Hablamos y me propone que me quede con él. A todo esto llegan los jefes. Cuando están entrando en el local, un tipo les intenta pegar, no lo logró porque le reduje. Una vez solventado este problema, me proponen que me quede en el equipo de seguridad del local, trabajando desde las nueve de la noche a las cinco de la madrugada. Yo acepto. Cada madrugada, al llegar a casa, me tomo un bocata, y espero que mi hija se vaya a la escuela. Entonces me voy al gimnasio durante tres o cuatro horas. Regreso a casa, como, me echo un rato a descansar y de nuevo al trabajo. Naturalmente, este tren de vida me pasa factura. Una noche, estando en el local, le comento al amigo que estoy un poco agotado. Él me dice que me tome una raya de coca. Le hago caso, y a la raya le sigue el alcohol. Y como me gusta, eso se repite a diario, convirtiéndose en una costumbre».

Y no solo eso, sino que encima pierde el trabajo, y se separa definitivamente de su primera mujer, enrollándose a poco con otra.

«Una noche que habíamos estado de fiesta, tomando coca y alcohol, ella quiso salir por la ventana, pero perdió el equilibro y se cayó, matándose. Se abrió una investigación policial que me dejó completamente libre, demostrándose que ni siquiera había habido indicios de violencia».

Primer contacto con el calabozo

Mientras tanto, su consumo de alcohol y coca se hacía cada vez mayor. Para poder seguir consumiendo, se convirtió en un ladrón.

«Por entonces vivía en una habitación de una casa en la carretera de Valldemosa. Conocí a una malagueña, quién me invitó a vivir con ella… En Málaga, donde, me aseguró, podría trabajar. Nos fuimos a Málaga. Yo seguía bebiendo y drogándome. Cuando se enteró, no le gustó y provocó discusiones entre ella y yo. Un día me apropié de la tarjeta de crédito de su hija, con la que saqué 500 euros del cajero. Al enterarse, llamó a la policía y me echó de su casa. Cuando me iba, llegó la policía y me llevó al calabozo. Al día siguiente, el juez me puso una orden de alejamiento. Una vez en la calle, sin dinero para volver a Mallorca, la llamé y le dije que no tenía ni un céntimo. Me dijo que me daría 500 euros. Cuando llegue a su casa, me dio el dinero y llegó la policía, y otra vez me volvieron a detener, poniéndome en libertad al día siguiente. Compré un pasaje y me vine a Mallorca».

Durante su estancia en Málaga, le detectaron un problema en el páncreas. «Fui al médico y me diagnosticó cáncer, y me operaron. Como tenía trabajo, y el médico me mandó reposo, cobraba del paro ya en Mallorca».

Trabajaba esporádicamente, eso sí, sin dejar de lado ni la droga ni el alcohol, viviendo de lo que le daban por el paro y, posteriormente, de un trabajo en negro que encontró en Palmanova.

«Bebía menos, pero seguía drogándome, así que lo que ganaba se iba directamente a Son Banya. Una noche, en un control que hizo la policía, me dicen que me tienen que llevar a la cárcel porque tengo una cuenta pendiente con la Justicia. De la cárcel me llevan a juzgado donde se me notifica que tengo una condena de nueve meses de prisión por malos tratos psicológicos y regreso a la cárcel… Una vez en ella, me hago respetar, para lo que dejé de beber y de drogarme. A poco, viendo que mi comportamiento era bueno, me hicieron preso de confianza y ayudante de educación. Como en la cárcel también se necesita dinero, le pedí a un funcionario que me informara de cómo podía pedir un trabajo, y así ganarme unos euros al mes. Cinco días después me llaman y me dicen que me ponen en la cocina, y que cuando haya plaza en el economato, esa será para mí. A todo esto, me pasan al módulo 14, módulo de puertas abiertas. Unos días después, me llaman para decirme que me dan la plaza en el economato, eso sí, me advierten de que no les falle, ya que en el economato se maneja dinero, hay tabaco y otras cosas, lo cual puede ser una tentación. Pero yo no les fallé. Es más, durante el tiempo que estuve preso, hice dos veces los exámenes de graduado escolar y me presenté a los exámenes de acceso a la Universidad para Mayores de 25 años, montando, además, un grupo musical del que yo era el cantante, con el que dimos varios conciertos en el salón de actos de la cárcel».

La luz al final del túnel

En 2014 le dan el tercer grado, y sale, «sin saber qué hacer, pues no tenía dinero». A través del GREC le consigue una plaza en el CRAT, «pero como allí me dijeron que no daba el perfil, me mandan a la Casa de Familia. Un día me llama mi ex, me dice que vuelva con ella y así recuperamos la familia que perdimos. Como me pareció buena la idea, me fui con ella a vivir, a Pòrtol. Pero, aunque de forma moderada, seguía bebiendo, me echó cuatro veces de casa. Busqué una habitación donde vivir, a poco me volvió a llamar, volví con ella, hasta que me echó de nuevo, esta vez diciéndome que no me quería volver a ver más. M me rompió por completo. A partir de ahí bebí a saco. Para evitarlo, cada noche rezaba. Le decía a Dios que no quiero esta vida para mí. Pero como podía más el mono, volvía, pese a que no me parecía bien que un cristiano llevara esta vida».

Estando allí se siente mejor. «Le había pedido un camino, y Él me lo indicó. Porque de ahí me fui al Projecte Home, donde me ayudaron mucho… Tanto que ya no consumo ni bebo. De ahí pase a Casa de Familia, dónde una trabajadora social del IMAS me derivó aquí, a Can Gazá, lo cual ha sido como encontrar el paraíso. Sí, porque desde el 5 de febrero, que fue cuando llegué, tengo esa sensación, rodeado de naturaleza y de buena gente, sin alcohol ni drogas, solo con las pastillas que tiene que ver con la salud».

Finalmente, Julio Andrés nos deja una apostilla: «La vida te puede tratar muy mal, o tu hacer que no te trate bien. Pero siempre que la busques, encontrarás una luz que te devolverá al buen camino. Y eso es lo que me ha pasado a mi».

Eso significa, que por muy mal que ruede tu vida, se ha de vivir con la esperanza de que, cuándo menos te lo esperes, puedes salir de la oscuridad que te envuelve.