TESTIMONIOS

Las caras de la protesta: ocho mudanzas en dos años o jóvenes conviviendo con octogenarias

Numerosos afectados por el drama habitacional cuentan sus problemas con la vivienda

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Encontrar casos de personas que tienen problemas con la vivienda es muy fácil. En la manifestación de este sábado celebrada en Palma, todo el mundo tenía una historia que contar. Y ninguna tenía final feliz. Este cúmulo de casos representa a una Mallorca opulenta que va expulsando a capas cada vez más amplias de la población, ante la mirada impasible de turistas que pasaban por allí o testigos de Jehová que dan clases de Biblia gratis. Entre los asistentes hay jóvenes que viven con octogenarias para ahorrar gastos o profesoras que se han mudado ocho veces en dos años.

En la Plaza España de Palma dos señoras lucen carteles con el mensaje 'mi madre ha tenido que volver a casa de sus padres', firmado por la ilustradora @sragrunge. Esperanza y Rosa hacen una radiografía perfecta de la situación inmobiliaria. «Conocemos a muchas ancianas que han sido desahuciadas por los propietarios de las viviendas porque quieren obtener más beneficios. La solución de estas señoras mayores, que tienen 80 e incluso 92 años, es irse con sus hijos. Pero ¿qué pasa con las que no han tenido familia?». Esperanza y Rosa advierten que «al final nos vamos a tener que ir a Alemania para que los alemanes se vengan a vivir a Mallorca».

Las mujeres tienen su propia receta para solucionar el problema de emergencia habitacional: «regular los alquileres. Entendemos que no vayamos a pagar 600 euros en el Paseo Marítimo, pero es injusto que te pidan 1.500 euros por un piso en Son Oliva o s'Hostalets». Esperanza explica que «los hijos antes se independizaban. Pero ahora tengo en casa a mi hijo de 30 años y ha vuelto 'La Niña', que tiene 45 años, porque pagaba 400 euros de alquiler y le han triplicado el precio. Y no encuentra nada que no sea una habitación».

A su lado está Edison, un ecuatoriano que lleva 24 años viviendo en España. En su caso, paga 850 euros por dos habitaciones, «una para mí y otra para mí hija. En las otras dos habitaciones están mi compañero de piso y su hijo. Bajo el mismo techo vivimos dos familias». Edison no tiene ningún problema con el trabajo, mas bien al contrario. Es albañil «y construyo chalets de lujo y reformamos piso». Confiesa que le gustaría volver a su país, «pero allí están peor que aquí».

Las familias con niños se han lanzado a la manifestación, conscientes de que si los padres lo tienen difícil, los vástagos muy probablemente tengan que hacer las maletas. Así ocurre con Maria Antònia, de Marratxí, que ha venido con sus dos hijos y confiesa que a sus 42 años «no me podía imaginar que aún seguiría de alquiler. Somos mallorquines, no queremos irnos, pero cada vez está peor la cosa».

La precariedad une a las parejas más insospechadas. Francisco Javier González, de 31 años, comparte vivienda con una señora de 67 años, «la madre de mi mejor amiga. Pago 600 euros en Inca. A esta mujer le ha quedado una pensión muy pequeña y necesita una ayudita». Los padres de Francisco Javier, de Murcia, vinieron a Mallorca en busca de un futuro mejor. Ahora, este auxiliar de enfermería no ve futuro en su isla de nacimiento, «me estoy planteando irme de España».

Un vecino de 31 de Diciembre asegura que «está todo lleno de pisos turísticos en nuestra zona. Y es parte del problema». Y muy cerca de él camina Cecilia, 42 años, con un cartel revelador: ocho pisos en dos años. Profesora de castellano en un instituto de Son Gotleu, asegura que «ahora me tengo que volver a mudar porque mi casera vuelve a su casa. Me hizo un contrato de un mes, renovable cada vez. Y mientras tanto, yo le tengo que transmitir estabilidad a los adolescentes a los que doy clase».

El relato de Cecilia es escalofriante: «En estos dos últimos años he vivido en Búger, Pollença, Sóller, Porto Cristo, Sa Coma y Palma. Y encuentro vivienda por amigos de amigos. Tal y como recomiendan los economistas, yo podría pagar 600 euros de alquiler para mí sola pero al final tengo que compartir un baño con cuatro personas adultas, alguna anciana».

Cecilia, que es andaluza y lleva diez años viviendo en la Isla, asegura que el problema no solo lo sufre ella. Está dando clases en un instituto de Son Gotleu y en el aula se están dando auténticos dramas que afectan al rendimiento de sus alumnos. Aprobar es una proeza imposible. «Tengo estudiantes que no pueden dormir porque están compartiendo piso con docenas de personas. Tenemos a familias viviendo en habitaciones, los chicos no tienen su propio espacio para su intimidad o poder estudiar», dice.

Hay adolescentes que tienen el agua cortada, una tragedia cuando es verano. Hay chicos que están con sus familias okupando pisos de bancos o fondos buitre, «la gente lo ve como un superplanazo, pero es que la única opción que tienen sino quieren dormir en la calle». Son Gotleu es el claro exponente de la batalla de los más desfavorecidos, a un paso de los sintecho. «Los que comparten vivienda están en un entorno hostil y los profesores vemos como día sí, día también, hay desahucios entre nuestros alumnos. Estamos muy muy preocupados». Con semejante panorama, sacar buenas notas y pensar en la universidad es un imposible.

La manifestación llega a Las Ramblas, empieza el territorio más turístico y los primeros guiris empiezan a hacer fotos al encontrarse con los manifestantes. Una de ellos es Rachel, de Bristol, que tras conocer la causa de la protesta, entiende el enfado de los asistentes. «En Bristol pasa lo mismo, mucha gente compra casa para dedicarlo al alquiler vacacional». Ella ha venido de vacaciones a Mallorca y se aloja en un hotel. Una calesa pasa unto a la manifestación, los pasajeros, una familia del norte, hace fotos: «Protesta por el alto precio de la vivienda», dice el calesero en un precario inglés.

Una trabajadora social de una institución pública advierte que por sus manos pasan casos cada vez más dramáticos. «En veinte años de experiencia profesional jamás había visto esta situación social. Los alquileres son tan altos y los precios para comprar son tan imposibles, que al final le recomiendo a la gente que se vaya de la Isla porque aquí no se puede vivir. Mallorca es para ricos». Al paso de la manifestación, las dependientas de algunas tiendas de la calle Unió salen a la calle y aplauden, en solidaridad con los manifestantes.

Ya en el epicentro de la Milla de Lujo, en el Borne, frente a las tiendas donde venden bolsos a precios imposibles y zapatos que cuestan la nómina de un trabajador medio, los manifestantes escuchan el manifiesto de los organizadores. Sotiris, un griego residente en Mallorca, también ha venido a protestar. Conoce muy bien el drama del éxito turístico e inmobiliario, también lo sufre en su ciudad natal, en Atenas: «Esto pasa en todo el Mediterráneo. En Atenas todo es Airbnb y es imposible viajar por tu propio país mientras compites con los salarios del norte». Le acompañan Jesús, de Albacete, y Raúl, de Valladolid. Este último advierte que «estoy de alquiler por 750 euros pero si me lo suben, me iré de la Isla y me iré al norte o a Alicante».

Cinco chicas que están en plena despedida de soltera se hacen fotos con la protesta. Vienen de Portugal, otro país del sur de Europa azotado por la eclosión del alquiler turístico y las inversiones inmobiliarias. «Somos de Oporto y la vivienda es muy cara. Tenemos muchísimo turismo, está todo lleno de ingleses».

El cartel de un manifestante dice que «el alquiler es el nuevo feudalismo». Al deshacerse la protesta, Joan Soler, de Esporles, le explica a su hijo Roc, de 10 años, los motivos de la protesta. «Vivimos de alquiler y no puedo permitirme comprar nada. Están pidiendo 1.200 euros por una vivienda de una habitación. Es traumático, pero me estoy planteando irme de la Isla al norte». Joan ha salido a la calle por su hijo. Teme que una nueva generación de mallorquines tenga que hacer las maletas y partir para siempre.