Antònia Barceló, ante el grupo de amigos que le brindaron un homenaje. | Pere Bota

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Antònia Barceló pensaba que iba a ser un día tranquilo. Había quedado con una compañera de trabajo, Patricia Izquierdo, para ir a la peluquería a ponerse guapas y luego a comer con otros compañeros de la Llar d’Ancians de Palma para celebrar su reciente jubilación. No se esperaba la gran fiesta sorpresa que le habían preparado, con más de un centenar de personas, algunas incluso venidas a propósito desde la Península.

Aunque llevaba tres años de baja por enfermedad, Antònia era, hasta el pasado 7 de mayo, la cuidadora más veterana de la Llar d’Ancians de Palma, donde empezó a trabajar en diciembre de 1977, con apenas 18 años. «El entonces director, Don Cayetano, no quería jóvenes en la Llar. Pude entrar gracias a la intercesión de un militar que conocía mi tía», recuerda Antònia, muy emocionada por el inesperado homenaje que le han brindado sus compañeros. «Cuando empezamos, había muchas carencias en la institución: no teníamos grúas para mover a los usuarios y muchas veces faltaban pañales y nos teníamos que apañar con trapos», abunda Andreu Valls, jubilado hace ya unos años, que entró en la Llar al mismo tiempo que ella. «Pero, eso sí, era todo muchísimo más familiar. Aunque teníamos más usuarios, con 365 plazas frente a las 260 actuales, nos sabíamos el nombre de todos», añade Antònia, a quien sus compañeros llaman cariñosamente la matriarca de la Llar.

Antònia Barceló muestra uno de los obsequios recibidos. Foto: Pere Bota

«Antònia es ‘Llar’, es hogar. Ha sido un poco la mamá de todos: cálida, bondadosa, cariñosa, cuidadora a más no poder, te sientes protegido cuando estás a su lado y sabes que nunca te fallará», añade Particia Izquierdo, que lleva 25 años trabajando en la Llar. «Siempre ha estado dispuesta a ayudar, arropar y cuidar, tanto a los residentes como a sus compañeros», abunda Joan Massot, otro trabajador veterano que lleva desde 1978 en la institución.

«Este es un trabajo en el que no puedes meterte solo para cobrar un sueldo a final de mes. Hace falta vocación», reflexiona Antònia. «Tienes que tener siempre en mente que esa persona mayor con la que estás trabajando una vez fue niño, luego joven, formó un hogar, se casó y tuvo hijos o no, construyó toda una vida y ahora, después de todo ese trayecto vital, está aquí bajo tu cuidado y merece que le trates como si fuera un familiar tuyo», defiende.

Entre las muchas anécdotas que ha atesorado en sus 47 años de trabajo en la Llar destaca una en concreto. «Una residente, que se llamaba Pilar, tenía una caja de metal en la que guardaba sus recuerdos y decía que ahí tenía toda su vida. Me impresionó mucho que, después de tantos años luchando, criando a unos hijos y levantando un hogar, todo eso pudiera caber en un recipiente tan pequeño», rememora.

Con 65 años recién cumplidos justamente el Día de la Madre, Antònia asegura que no le importaría acabar sus días, dentro de mucho tiempo, como usuaria de la institución a la que ha dedicado su vida. «Vendría con gusto y bien tranquila, porque sé lo bien que me cuidarían mis compañeros, excelentes profesionales y mejores personas», remacha.