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Joan Oliver Maneu comentó hace unos días, durante la presentación de una exposición en Valldemossa, una anécdota que vivió con Joan Miró en 1978. El estaba en la junta de la Obra Cultural Balear, por entonces en quiebra. Visitó y pidió ayuda a Miró, que donó 50 litografías para la causa. La OCB ingresó 2,5 millones de pesetas y sobrevivió. La generosidad de Miró era proverbial. Regaló dos esculturas suyas a Palma (s’Indiot de Jaume III y s’Ou del Jardí de s’Hort del Rei); junto al galerista Pep Pinya, consiguió que su amigo Alexander Calder hiciera lo mismo con su maravillosa Nancy; se ofreció para diseñar y elaborar a su coste unos vitrales para la capilla de Sant Pere de la Seu que debían ser luminosos, pero que el cabildo rechazó porque eran demasiado atrevidos; y, finalmente, constituyó en su propio taller la Fundació Pilar i Joan Miró, que financió con fondos de su obra. Fue un éxito enorme para el primer consistorio socialista de Ramon Aguiló como alcalde y Joan Nadal en la Regiduria de Cultura.

La semana pasada almorcé con Tomeu Martí, que fue alma mater de la OCB. Me contó que aún espera noticias de Miquel Barceló, a quien se dirigió en tres ocasiones para que participara en el 50 aniversario de la organización. Y es que Barceló no es Miró. Barceló cobró para hacer unos murales oscuros donde Miró los quería luminosos; no hay ninguna obra suya en las calles de la Isla; y en silencio contempla el interés del Consell por convertir el Sindicat de Felanitx, su pueblo natal, en un centro cultural con él de epicentro. Dos grandes artistas con dos maneras de entender la vida.