De izquierda a derecha: huelga ‘Pan y Rosas’ en 1912; manifestación feminista a favor de la supresión del delito de adulterio en el Código Penal en 1976 y manifestación con motivo del 8M en 2020 en Palma.

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El feminismo no es nuevo. Desde muchos siglos atrás, las mujeres han reivindicado sus derechos y libertades. Ya en 1500, la filósofa y escritora Christine de Pizan defendía que las mujeres debían recibir la misma educación que los hombres, aunque no fue hasta la Revolución Francesa cuando la lucha por la igualdad se intensificó y se organizó. Aunque repleta de matices, la historia feminista se suele dividir en las llamadas «cuatro olas», cuatro épocas trascendentales que marcaron el rumbo de la causa.

Primera ola

La Revolución Francesa marcó un punto y aparte en la historia. Fue tiempo de intensos debates filosóficos para sentar los nuevos horizontes sociales, con el planteamiento, firme por primera vez, de promulgar cobertura jurídica a los hombres. De ahí salieron, por ejemplo, la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Los hombres -y solo los hombres, en el masculino de sus acepciones- fueron reconocidos ciudadanos, con sus consiguientes garantías legales. Las mujeres lucharon también por el reconocimiento de las suyos propias, en los primeros albores de la llamada primera ola feminista, que abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Reivindicaban el derecho a la educación, a la igualdad y a derechos políticos como el sufragio femenino, pero el Código Civil napoleónico desoyó esas demandas, implantando leyes discriminatorias. Sin embargo, las reclamas sirvieron como toma de consciencia para sentar las bases de una lucha, que se consolidaría años y hasta siglos después, en el llamado feminismo.

Segunda ola

Tras unas décadas de relativa calma, el movimiento feminista se reactivó en la segunda mitad del siglo XIX, sobre 1848. En ese año, una serie de congresos feministas en Nueva York dieron lugar a la Declaración de Sentimientos, un documento que reflexionaba sobre la condición de la mujer en la sociedad de la época, subrayando las leyes represivas, los abusos y la sumisión social y religiosa a la que estaba expuesta. Las reivindicaciones, a raíz de ello, se extendieron de cara a conseguir el derecho a la educación, básica y superior; el derecho a compartir la patria potestad de sus hijos o el derecho a sufragio universal, entre otros. Las protestantes adquirieron un papel más activo en la lucha, llegando algunas activistas a interrumpir en discursos públicos o realizar huelgas de hambre. En Estados Unidos, por ejemplo, el Congreso amparó la mayoría de estas exigencias, a excepción de una: el poder votar. El primer país en otorgar el sufragio femenino fue Nueva Zelanda en 1893. En España no se consiguió hasta 1931, de la mano de Clara Campoamor.

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La Segunda Guerra Mundial propulsó la incorporación de la mujer al mercado laboral, ya que los hombres debieron de abandonar sus puestos para acudir al frente. En Estados Unidos y otros países se animó a las mujeres a trabajar, desestigmatizando su ejercicio (hasta entonces estaba muy mal visto que una mujer trabajara) y considerándolo por primera vez como algo patriótico. Así, pese a que, finalizada la contienda, muchas mujeres fueron obligadas a dejar sus trabajos, supuso toda una conquista laboral para el sector femenino, demostrando que ellas podían hacer lo mismo que sus compañeros hombres, y las liberó en parte de las tradicionales tareas del hogar como su primordial y única ocupación. En 1948 se firmó la Declaración Universal de Derechos Humanos y, a medida, que se fue logrando en diferentes países el sufragio femenino, el movimiento de lucha social fue perdiendo fuerza, al considerarse que ya se había conseguido la perseguida libertad para la mujer.

Tercera ola

En 1960, volvió el debate, en gran medida a raíz de la publicación de La Mística de la Feminidad (1963), de Betty Friedan. El ensayo, que recogía el malestar y la insatisfacción de las mujeres europeas, relegadas aún al papel de amas de casa, tuvo un gran impacto y promovió una tercera ola de manifestaciones feministas, pidiendo el fin a la exclusión de la mujer en el ámbito público, su derecho a participar del mundo laboral de forma efectiva y, en definitiva, una igualdad real entre géneros, un modelo llamado feminismo liberal.

Cuarta ola

A la cuarta y, hasta la fecha, última ola se la considera la época desde los años 80 hasta la actualidad. Una vez conquistados los derechos civiles, el movimiento se centró en la desigualdad aún presente en la cultura, evidenciada en cuestiones como las relaciones sociales (machismo en conductas, comentarios o el trato) o las relaciones de pareja (violencia machista, conciliación familiar, igualdad doméstica). Se lucha por una igualdad real, en todas las esferas, una equidad de facto, que se pretende alcanzar a través de la conciencia social. En este sentido, se promueve la sororidad, la inclusión de la mujer en lugares de poder de decisión y son recientes y conocidas las causas como el movimiento #MeToo o, en España, el #NoEsNo, ambas contra violencia sexual hacia las mujeres. El 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, se ha tornado una fecha señalada en el calendario a nivel mundial, en la que millones de personas salen a la calle para recordar que los problemas de las mujeres y su espíritu de lucha siguen latentes.