Antiguo plano de Palma, en el que se aprecia la muralla renacentista con los baluartes, y, abajo a la izquierda, imagen del socavón que se ha producido este martes en las Avenidas, en el que se ha descubierto el baluarte.

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Las intensas lluvias de la borrasca Juliette han provocado un enorme socavón en las Avenidas, que ha sacado a relucir los restos de un baluarte de la muralla renacentista, la que fue la última muralla de Palma. Se trata del tercer anillo de Ciutat, construido en el siglo XVI, para hacer frente a los ataques otomanos de la época. Estos baluartes, en los que se colocaban los cañones, estaban situados a lo largo del contrafuerte y son responsables del característico zigzagueo de las Avenidas.

El socavón no ha descubierto nada que no se conociera. El historiador Gaspar Valero recuerda que «a lo largo de todas las Avenidas, en el subsuelo, se encuentran los restos de la muralla», derribada apenas hace cien años, a principios del siglo pasado. Tiraron las paredes, dejando enterradas las fosas y paredes inferiores, sobre las que ahora circulan centenares de vehículos cada día. Construida a partir de 1576 y de estilo, a medio camino entre gótico y renacentista, esta muralla supuso la modernización en aquella época de la infraestructura defensiva de Ciutat. Los turcos primero, y los franceses e ingleses después, suponían graves amenazas para los palmesanos de aquel entonces. Sin embargo, esta solo fue el último de los tres anillos defensivos de Palma.

Plano de la Ciutat de Mallorca, de 1644 de Antoni Garau.
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Los tres anillos amurallados de Palma

El primer cercado de Ciutat data de la Antigüedad o de la Alta Edad Media. Hay confusión entre los historiadores, algunos de los cuales lo atribuyen a los romanos o a los bizantinos. Este primer recinto abarcaba la zona más antigua, el barrio histórico, en los alrededores de la Seu. Ya entrado el siglo XI, explica el cronista de Ciutat Tomeu Bestard, en tiempos de la Palma islámica, se construyó el segundo anillo amurallado. Los musulmanes llevaron a cabo una gran ampliación de la ciudad, que pasó de ocupar tan solo la zona de la Catedral a llegar hasta lo que son hoy las Avenidas. Destacaba de esas murallas su escaso grosor y su gran altura: «No había artillería que provocase agujeros en la pared, sino que solían subir para llegar al interior, de ahí estas características», subraya Bestard. Ese mismo recinto fue el que se encontró Jaume I cuando conquistó Palma en 1229, entrando por la Puerta de Santa Margalida -donde hoy se encuentra el edificio de Credit Balear de Plaza España, muy cerca de la zona del socavón-. Pervivió durante toda la época cristiana, con sus pertinentes reparaciones, hasta 1576.

En esa fecha, el avance de la artillería dejó obsoleta la muralla islámica. Los cañonazos provocaban enormes agujeros en las finas paredes, lo que, en medio de los frecuentes ataques otomanos que sembraban el terror por las costas mediterráneas, urgió a construir una nueva defensa para que la ciudad pudiera resistir a los enemigos exteriores. Se decidió derribar la infraestructura y, aprovechando ese mismo trazo, se construyó una más gruesa, no tan alta y en la que cada ciertos metros se erigió un baluarte. Con forma de puntas salientes, a los que se les sucedía un foso y una pared (llamada contraescarpa), se colocaban ahí los cañones para contraatacar y dan forma al actual zigzagueo que tienen las Avenidas, destaca el cronista de Palma. En 1912 se acabó derribando la que fue ya la última muralla de Ciutat, con el fin de abrirla y hacerla accesible, si bien aún hoy, casi 500 años después, se pueden ver algunos restos en aparcamientos y otros elementos suburbanos.