Guillem Daviu y Carmen Luengo, activistas de Obertaments Balears | Pere Bota

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«La depresión es una enfermedad invisible, de altos y bajos. Mucha gente que hay a tu alrededor no se entera nunca del calvario que atraviesas. Te puedes pasar 20 años enmascarándola. En realidad, te conviertes en una excelente actriz», confiesa Carmen Luengo, que tiene 51 años y desde joven ha convivido con varios diagnósticos: primero el trastorno de la conducta alimentaria, después vendría el trastorno límite de la personalidad y la depresión. Aún así, no deja de sonreír. Es voluntaria en Sant Joan de Deu y activista de Obertament Balears, un programa que lleva a cabo 3 Salut Mental con el objetivo de visibilizar los trastornos de salud mental y superar el estigma que rodea su diagnóstico.

Carmen reconoce que con 14 años se dio cuenta de que «algo me pasaba». Cinco años después ingresó por primera en el psiquiátrico. No le ayudó mucho. Tras sufrir varios episodios de depresión, le diagnosticaron el trastorno límite de la personalidad: «Siempre me han acompañado. He llegado a estar tres meses sin salir de casa; la sola posibilidad de hacerlo me aterraba. El mundo te supera; cualquier actividad, por nimia que sea, se te hace cuesta arriba -detalla esta mujer, que quiere hacer hincapié en cómo se sienten las personas que sufren una depresión-. Todo lo que te gusta, deja de hacerlo; ya no sientes placer; se produce una desconexión total de tu familia y de tu vida social. Si no fuera suficientemente malo, la angustia te invade, y viene acompañada por un sentimiento de culpa brutal por estar así», apostilla la activista de Obertament Balears.

En este sentido, Carmen Luengo enumera las típicas frases que ha escuchado durante años de familiares y amigos que, afirma, «duelen como si te clavaran un puñal»: 'No valoras lo que tienes', 'siempre pasa lo mismo contigo, 'lo que necesitas es trabajar'... «Esas sentencias solo consiguen que te sientas como una carga; piensas que tus seres cercanos vivirían mejor si no estuvieras; que lo mejor que puedes hacer por todos es desaparecer». Esta es la razón de que muchos pacientes se aíslen. Carmen ha tenido suerte, su madre, su hermana y su marido siempre han estado ahí para ella.

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Carmen Luengo es activista de Obertament Balears y convive con la depresión desde muy joven.
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Tras superar una mala temporada, Carmen asegura que siente que es otra persona, ha visto la luz al final del túnel, gracias a un nuevo tratamiento. Por eso, ha dado el paso de contar en primer persona su experiencia vital: «Es importante hablar abiertamente de la depresión, romper barreras para evitar el dolor, porque el estigma no ayuda. Hay que normalizar los problemas de salud mental. He asumido la enfermedad; cuando estoy mal, lo acepto. La depresión me ha enseñado a vivir el presente», finaliza Luengo.

Guillem Daviu sonríe, no deja de hacerlo durante toda la entrevista. Tiene 74 años y es docente voluntario en el CEPA Son Canals, como una manera de quitarse la espinita de haberse jubilado hace 22 años de su trabajo como profesor de inglés en un instituto de Palma por incapacidad para el servicio. Lleva 34 años conviviendo con la depresión y, por supuesto, le ha cambiado la vida. «Tuve que decir adiós a mi profesión, dejar mi piso y volver a casa de mi madre. Ahora, que tengo 74 y ella más de 90, he pasado de que me cuide a ser su cuidador».

Guillem, también activista de Obertament Balears, recuerda que hay antecedentes familiares de depresión, su padre tenía un carácter depresivo. Pero él no empezó a notar los síntomas hasta que un buen día discutió con un compañero en la sala de profesores del instituto palmesano en el que trabajaba: «Me dijo algo que no me gustó, discutimos, salí pitando del trabajo, me subí a un taxi y me fui a casa a meterme en la cama. Me pasé 24 horas bajo las sábanas. No era capaz de salir de ahí», relata Daviu.

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Guillem Daviu convive con la depresión desde hace más de 30 años.

La primera vez que ingresaron a Guillem Daviu fue en el año 95, en el área de psiquiatría de Son Dureta. «No quería hacerme daño. No podía estar en casa o fuera. La verdad es que me consoló estar internado. Es así. Allí estás acompañado, te hacen sentir bien», apostilla Guillem Daviu, idea que comparte Carmen Luengo. Luego vendrían tres o cuatro ingresos más; el último en 2014. «No me gusta esconder que tengo depresión y sé que voy a tener que medicarme el resto de mi vida. Cuando aceptas esto, te liberas y te ayuda a seguir adelante», finaliza.