Maite Munté junto al reflejo de su marido, Jaume Simonet. | Miquel À. Cañellas

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Tiene 76 años y en los últimos veinte ha sufrido un infarto, tres operaciones del corazón y tres ictus y aún así luce estupenda. ¿El secreto? Vivir rodeada de amor, caminar dos horas al día y llevar a rajatabla las revisiones y la medicación, que no es poca: diez pastillas diarias. Maria Teresa Munté es una superviviente pero no le da muchas vueltas al asunto «sé que he tenido suerte», dice.

Ahora «estoy muy bien», reconoce. Le revisan el corazón de forma anual ¿Y del ictus? «Voy al hospital cuando me pasa», responde. Su marido «es mi enfermero», cuenta mientras se cruzan miradas. Y es que ha sido el pilar de su asistencia y de sus recuperaciones, «si no fuera por él yo no estaría aquí», añade. De hecho, «él lo pasa peor que yo». Se llama Jaume Simonet y llevan juntos unos 60 años. «Lo primero que hago cada mañana al despertarme es mirarla a ver si respira», corrobora.

El primer susto de este matrimonio se lo llevó Maria Teresa a los 50. «Tenía un nieto de dos años y lo solía llevar en brazos a la tienda de la esquina, pero de repente no llegaba», recuerda, cada vez le costaba más realizar movimientos que eran habituales, así pues, empezaron las pruebas médicas. «Me dijeron que podía ser consecuencia de unas fiebres reumáticas de cuando era apenas un bebé y que, con el tiempo, tendría que operarme del corazón, cuando aquí todavía no se hacían este tipo de intervenciones», añade. Su afección se agravó con los años y ciertamente, terminó pasando por quirófano. Era marzo de 2003 y «fui de las primeras a las que operó el doctor Oriol Bonnín en Son Dureta». Hacía pocos meses que se había implantado la cirugía cardíaca.

Todo marchó sobre ruedas pero tres años después, estando un día en la ducha, «noté un sofoco que no era normal y dije: Jaume, algo pasa, no estoy bien». Cogieron el coche y en cuatro minutos se plantaron de nuevo en el antiguo hospital de referencia. Tenía un infarto que la llevó a estar ingresada hasta que le implantaron un marcapasos, del que todavía guarda la cicatriz.

Con su experiencia, cuando un año después se le torció la boca de forma descontrolada mientras estaba cenando, «pensábamos que la historia se repetía pero era un ictus», relatan ambos. Se le paralizó la mitad del cuerpo. En aquella ocasión la hospitalización duró cuatro meses. Durante ese tiempo su marido estuvo a su lado, solo volvía a casa para dormir repitiéndose una misma pregunta ¿qué le pasa? «Mi corazón estaba perdiendo sangre. Y un coágulo me subió a la cabeza», señala la protagonista. Así que de nuevo se sometió a una operación de cambio de válvula mistral.

El destino le deparó varios años de tranquilidad pero en 2019 la historia se repetía. «Una noche empecé a ver doble. Me fui a dormir a ver si se me pasaba pero al despertarme no había mejorado así que avisé: vamos al hospital que me pasa algo». En esta ocasión ya era Son Espases. El último episodio le sucedió el día de Reyes de 2021, en plena pandemia. «Estábamos en la cama y podía hablar pero no levantarme, me fallaba todo un lado». Esta vez llamaron a la ambulancia. Todo el equipo de la Unidad de Código Ictus les esperaba en el hall con su historial preparado. Ingresó una semana pero tampoco tuvo secuelas.

Maite Munté solo tiene palabras de agradecimiento para la sanidad pública. Es de las pocas pacientes que puede comparar una misma experiencia vivida en décadas diferentes. «Ahora sigue funcionando muy bien», señala, pero «también hay mucha más gente en el hospital», añade. Su marido, su ángel de la guarda, lo confirma justo detrás de ella.