Juan Salazar trabaja cada día a los pies de la Catedral. | Jaume Morey

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Toda revolución requiere de un valiente que dé el primer paso y en Palma ya hay uno que ha tomado la iniciativa. «Quiero una galera eléctrica», dice con contundencia Juan Salazar, un calesero que está aparcado con su caballo junto a la Catedral. Se ha mostrado partidario de sumarse a la nueva normativa del Ajuntament de Palma, que aprobó en el pleno de junio una moción para impulsar la sustitución de calesas de tracción animal por las eléctricas de aquí a 2024. Para facilitar esta transformación, el Gobierno central subvencionará el 100 por cien del coste del nuevo vehículo.

Salazar reconoce que es un pionero y quiere estrenar la primera galera eléctrica de Palma. «Estoy cansado de aguantar. Llevo trabajando en esto desde hace 35 años en la zona de la Catedral y puedes ver a mis caballos, están perfectamente. Pero quiero salir de aquí», dice el calesero junto a su caballo, que se llama ‘Brillante’, «como la vida misma».

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Su interés por dejar atrás la tradición de los caballos contrasta con la de otros compañeros, representados por la Asociación de Calesas de Palma. Su presidente, Manuel Vargas, se mostró hace unas semanas muy contundente ante la irrupción de las galeras eléctricas: «Están enviando al matadero a nuestros caballos».

Sin embargo, Salazar se muestra más abierto de miras. «Quiero que esta iniciativa llegue a buen puerto». El pasado julio, el Gobierno central eligió a Palma para impulsar un programa piloto que sustituirá las galeras de tracción animal por las de tracción eléctrica. La partida para comprar estos vehículos se incluyó en los Presupuestos Generales del año que viene y la capital balear será la receptora de la mayor parte de las diez calesas eléctricas que se adquirirán. Se estima que lleguen a Ciutat en el primer trimestre del año que viene.

Salazar se muestra cansado de «ir por la calle y que me digan cosas feas. Mantener los caballos cada día cuesta dinero. Antes un saco de pienso de 25 kilos costaba 9 euros y ahora cuesta 25 euros. Me encantan los caballos. Me levanto cada día a las seis de la mañana para atenderlos, pero si surge la oportunidad, quiero ser el primero que tenga una calesa eléctrica». Al contrario que otros compañeros del gremio, no está dispuesto a que su hijo siga la tradición. «Yo quiero que estudie y tenga una mejor vida». Mientras tanto, admite que «la sociedad ha cambiado».