Captura de imagen de este pasado miércoles de las cámaras de la DGT, donde se puede ver el atasco que hay para entrar a Palma. | DGT

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Era de esperar la polémica del bus-VAO, o invento para poner todas las trabas posibles a los que van solos en su coche, a los que se aparta de un carril de la autovía entre Son Sant Joan y el Palau de Congresos. Por un lado es comprensible el interés institucional en potenciar el transporte público y conseguir que el privado sea compartido. Pero estas medidas restrictivas chocan con la realidad, que en este caso viene determinada por el hecho de que una notable parte de los que viajan solos es porque están trabajando, acudiendo o regresando del tajo. Y la autovía del aeropuerto es una arteria de conexión vital entre la Platja de Palma y otras zonas costeras con la capital. Hacia allí van o vienen los currantes, que tienen ahora que hacer frente a más dificultades para desarrollar su tarea, sostén y el sustento de la sociedad isleña.

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Cuando los poderes públicos toman medidas lo primero que han de tener es instinto de tejido productivo o, para ser más exactos, de clase trabajadora. A la hora de currar, la necesidad de un desplazamiento cómodo, ágil y rápido abarca desde el primero de los empresarios al último de los pinches de cocina, partiendo del máximo de respeto a ambas responsabilidades porque su tarea, en los dos casos, es imprescindible para el buen funcionamiento del cuerpo social.

Y es de chiste que mientras dos o tres amigotes tengan todas las facilidades para irse a almorzar a un restaurante en su día libre, toda la legión de empleados de hostelería, de servicios en su amplísima gama de cometidos, o del trabajo que sea, y que no pueden por una cuestión de tiempo libre contado y gestionado acogerse al transporte público, encima tengan que verse alicortados porque tienen que ir solos a trabajar precisamente para ganar tiempo y mejorar sus prestaciones. Hay que tener instinto y experiencia de trabajador para comprender estas situaciones a veces tan molestas.