Malen Gomila y David Fernández. | Pilar Pellicer

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Malen Gomila y David Fernández todavía recuerdan cuando, a principios de 2016, estando ella embarazada de 12 semanas, escucharon la fatídica frase: «no se mueve, algo no va bien». La Navidad todavía era reciente y acababan de desempaquetar los primeros regalos para el bebé pero, de un día para otro, su corazón dejó de latir. Explican que entonces todo pasó muy deprisa. «Me hicieron un legrado y el ginecólogo nos despidió diciendo que en un año nos volveríamos a ver». Se sintieron presionados para pasar página viendo cómo su situación se banalizaba. «Los mismos que nos habían hecho regalos nos decían después que no pasaba nada, que eran sólo unas células», lamentan. Y la vida tuvo que seguir, empujados a la normalidad. Ciertamente, al año nació Emma, justo en las mismas fechas en que perdieron al bebé. Ahora tiene 5 años y ha tenido tiempo de conocer la pérdida de una hermana. «En 2020 me volví a quedar embarazada y a los ocho meses y medio, en la revisión antes del parto, no le detectaron el latido». La situación se repetía. «No nos los creíamos».

Fue el año de inicio de la COVID, así que la situación fue todavía más terrible. «Puedo dar las gracias a que me dejaron que entrar a mi pareja», explica Malen. Se llamaba Ona. Lo tenían todo preparado. Habitación, cochecito, ropa… «Estábamos tan en shock que cuando la ginecóloga me recomendó provocar el parto le dije: ahora». Era un viernes. A las 24 horas ya estaban en su casa pero les faltaba un miembro de la familia.

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Echan la vista atrás y piden más información, más empatía, un análisis de las opciones y sobre todo, tiempo. Un tiempo necesario para asimilar y tomar decisiones. «Estamos enfadados», responden a cómo se sienten ahora. Y es que con el tiempo han aprendido que el parto se puede inducir o esperarlo. «Médicamente, igual para protegerte, te dicen que si te quitas el proceso de en medio estarás mejor, cuando tú deberías poder escoger», explica David. En esos momentos su mujer sólo pensaba: «estoy pasando contracciones y al final no tendré a mi hija aquí». Y ambos coinciden en lo mismo: «Psicológicamente es muy duro». Pese a los avances, consideran que los sanitarios no tienen ni formación, ni información suficiente. «A mí me dijeron que podíamos inhibir la leche con una pastilla, pero hoy sabemos que reconforta mucho a las madres extraer la leche materna para que sirva a los demás».

A esta desgracia, se le añade toda una burocracia, exenta de empatía, relacionada con el acto de defunción, las bajas o días de permiso y el tacto de una sociedad que no está preparada. A esta pareja les dio tiempo a tomar fotos y huellas. El pie de Ona camina en los brazos de sus padres. Hace un mes Malen se dio cuenta de que volvía a estar embarazada. «Tuve un aborto en casa, delante de Emma, fue muy impactante para las dos». Pero esta ocasión fue diferente. Tras la terapia, después de compartir testimonios, de conocer las opciones… Con este bebé «hice lo que no me dejaron hacer en los hospitales. Expulsé la bolsita y estampamos la placenta en un papel, para dejar el dibujo. Fue nuestro pequeño homenaje. Nos ha ayudado y nos ha curado».