Un ventilador en una de las clases del colegio público Aina Moll. | Jaume Morey

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Treinta grados y 70 % de humedad dentro de las aulas. Con ventiladores colgados de la pared, pagados por los padres, así están afrontando la vuelta al cole los alumnos del colegio público Aina Moll, ubicado en la céntrica plaza de los Patines de Palma. Inmersos en este calor insoportable, los 700 niños de este colegio público han tenido que esconderse en las pocas sombras que hay en el centro. Dentro de las clases intentan sobrellevar las altísimas temperaturas, que suponen una sensación térmica de hasta 35 grados bebiendo mucho y abanicándose. La vuelta al cole ha venido más calurosa que nunca, precisamente en el momento en el que se está debatiendo la subida de los aires acondicionados a 27 grados para promover el ahorro energético. Para profesores y niños, el aire acondicionado es un privilegio inalcanzable.

La directora del colegio Aina Moll, Aina Garcias, señala que «los socios del AMPA pusieron dinero para instalar ventiladores en los techos». En una educación pública del siglo XXI en la que se impulsan las pizarras digitales y tablets dentro del aula, los alumnos y docentes tienen que sobrellevar como pueden el cambio climático.

«En clase de gimnasia, cuando salen al patio, se refugian en las pocas sombras que hay», advierte Garcias. Precisamente estaba previsto la reforma del patio del colegio pero se ha retrasado una vez más, a lo que hay que sumar que «con los pocos árboles que teníamos, han tenido que talar tres porque estaban podridos y había que velar por la seguridad». El patio del colegio Aina Moll es una gran sartén en medio de Palma. La profesora de gimnasia se refugia debajo de una sombrilla de playa y con un spray va rociando de agua a los estudiantes que llegan a las aulas con la ropa empapada en sudor. Este fenómeno no es algo puntual: se repite desde mayo hasta octubre. A la hora de recoger a los niños, los padres se esconden debajo del único árbol con sombra frondosa para huir del sol implacable de la una del mediodía. Curiosamente, no se han registrado lipotimias.

«Desde la Conselleria d’Educació nos recomiendan que mantengamos las ventanas abiertas para facilitar la ventilación, pero la altura es tan baja que corremos el peligro de que se caiga un niño. Así que colocamos topes para que no se abran del todo». Una pequeña rendija de apenas veinte centímetros es el máximo de apertura que permiten las ventanas para que entre algo de aire fresco.

Los ventiladores de pie intentan hacer más llevadera la jornada inaugural del curso escolar aunque «si se conectan más de dos aparatos por aula saltan los plomos». La instalación eléctrica de este colegio, construido en la década de los 70, no soporta este sobreesfuerzo. Por otro lado, las mujeres de la limpieza de este centro han solicitado un cambio de los uniformes porque el tejido no es transpirable, aunque la empresa que las contrata no ha aceptado la solicitud.

Precisamente a finales del curso pasado los padres del centro Aina Moll convocaron una sombrillada, quejándose de la escasa sombra que hay en esa plaza con parque infantil. Las temperaturas que se alcanzaban a finales de mayo superaban los 42 grados y los toboganes metálicos estaban desiertos, a la espera de una tregua térmica que se hace de rogar.

Los problemas de las temperaturas dentro de las aulas también se sufren en la educación concertada. Desde el centro educativo La Salle señalan que «hay puntos de sombra en todos los patios de las diferentes etapas y en caso de que el calor sea muy intenso en el segundo patio, que se lleva a cabo a las 12.50 horas, los tutores pueden optar por quedarse dentro del aula. Además, tenemos puntos de agua fresca a disposición de los alumnos para que puedan rellenar las cantimploras si se les acaban». Las aulas de este centro carecen de aire acondicionado aunque «las que no tienen buena ventilación por la disposición de las ventanas, tienen ventilador».