Elvira Lindo, en su casa de Madrid, donde se realizó esta entrevista.  | José Sevilla

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La periodista, guionista y escritora Elvira Lindo (Cádiz, 1962) intervendrá en la charla-coloquio ‘La información en salud, la necesaria calidad’, organizada por el Club Última Hora y la Reial Acadèmia de Medicina de les Illes Balears. Será este martes, 13 de septiembre, a las 19.30 horas, y    se podrá seguir por streaming a través de la página web de Ultima Hora.

¿Qué explicará en la conversación sobre la necesidad de una calidad en la información de salud?
— Se trata de hablar ante profesionales que saben muy bien cuán necesaria es una información de calidad. Existe en los medios un problema de calidad con respecto a cualquier información: se contrasta poco y se trata de captar lectores, a veces, de manera poco ética; y eso ocurre con la política, información económica... Pero si se toca algo tan delicado como la salud, ya se produce un problema abismal, como vimos en la época del coronavirus. Queremos que el ciudadano sepa cómo acceder a medios fiables que no le cuenten mentiras.

Quien informa verdaderamente sobre salud son los médicos, pero la gente se entera de sus dolencias por internet. ¿Cómo se traslada al ciudadano información sanitaria de calidad?
— Un mal de nuestros tiempos es buscar en Google diagnósticos a dolencias que podamos sufrir porque queremos tener de inmediato una solución a nuestro problema, y eso nos puede llevar a falsas conclusiones; o a sorpresas desagradables, sobre todo en personas hipocondríacas. Llegas a creer que te ocurre algo horrible y dejas de buscar un diagnóstico real. O vas al médico con tu diagnóstico ya formado, sin pruebas. La salud es un tema muy delicado y manipulable.

¿Al inicio de la pandemia hubo    información confusa, que si no iba a llegar el virus, que si era como una gripe...    ¿Cómo se podía informar uno verazmente sobre la COVID?
— Las personas sensatas hemos sabido de la enfermedad así como transcurría la pandemia. Es probable que ni los médicos supieran cómo manejar este asunto. Los políticos también han tenido que ir mermando de alguna manera nuestras libertades como en el confinamiento. Hay una división entre las personas que necesitamos una base científica para tomar determinaciones y las que tienen una inclinación constante hacia la superchería, superstición o teorías conspiranoicas. Ese tipo de personas, que son muchas, porque los seres humanos somos muy manipulables, están a merced de gurús y de salvapatrias que se dedican a buscar soluciones fáciles a un mundo que nunca tiene soluciones sencillas.

Su conversación con el médico Javier Cortés, ¿a qué público atraerá y qué conclusiones trasladará?
— Un público que vaya a escuchar a alguien hablar sobre la ética en la información sobre la salud ya tiene una propensión a la sensatez y a la racionalidad. Obviamente, es algo organizado por médicos y científicos que saben más que yo. En mi caso, tengo una relación muy estrecha con quienes gestionan la información y la comunican a los demás. Me muevo entre buenos periodistas con una ética del oficio; pero vivimos unos tiempos en los que a la información se le exige poco y está mal controlada, por lo que la gente cada vez es más susceptible de creerse cualquier idiotez.

Redes sociales como Twitter han provocado que haya mucho ruido en el tema de la información...
— No solo Twitter. Whatsapp también ha sido responsable de una manera de informarse tramposa y conspiranoica.

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¿Cómo puede saber una persona que una noticia es verdadera?
— Hay un deseo de información y de saber si es verídica. Hay gente que se cree lo primero que le llega y eso es lo peligroso. Creo que el periodismo es fundamental. Tiene que ser un aliado de la democracia, no un falsificador para traer precisamente la falta de democracia. Es importantísimo que haya una alianza entre la verdad y los que tienen que difundirla.

Recientemente, en Lloseta unos niños vejaron a otro en su cumpleaños. ¿Cómo habría actuado Manolito Gafotas ante este bullying?
— Nunca digo lo que habría dicho mi personaje. Escribí un artículo el fin de semana pasado y allí lo cuento todo. ‘Manolito y el bullying’ habla de que precisamente mis libros han servido para que muchos niños, que se sentían solos o eran diferentes, se sintieran acompañados. En lugar de un héroe es un antihéroe y yo, sin pretenderlo, he escrito unos libros terapéuticos para estos niños. Ya llevándolo a un terreno más real, los adultos debemos tener los ojos más abiertos y educar a nuestros hijos en la compasión.

Ahora, desde los dos o tres años, los niños dominan los teléfonos móviles. Parece que la infancia se desentiende de literatura como la de Manolito Gafotas y similares
— Mis libros son leídos siempre. Los padres ceden las pantallas demasiado pronto. Tiene que haber una educación para saber usar las pantallas.    Como ocio, un móvil debería estar alejado de los niños.

Vivimos una nueva crisis. Y los dos principales partidos políticos no llegan a acuerdos. ¿Estamos en un eterno guerracivilismo?
— El momento es muy complicado, no solo para España, sino para Europa. Hay países de alrededor, como Italia, que están peor. Hay una crisis de hacer política tremenda. Pero, ahora mismo, España no es el peor país en ningún sentido. El problema de falta de entendimiento entre partidos es un mal de nuestros días de polarización extrema y de un populismo muy reaccionario.

¿Por eso no quiso ser ministra de Cultura?
— ¿Para qué? Si puedo expresar mis opiniones en lo que escribo y, además, tengo muchas cosas que hacer a nivel creativo. Igualmente, no sé si lo hubiera sabido hacer. Me quité de problemas. Sí agradecí que me lo propusieran.

Usted tiene una relación más que estrecha con Mallorca
— Viví en Palma entre los 10 y 12 años de edad. Estudié en el Sagrado Corazón. Este periodo de mi vida ocupa un capítulo de mi última novela ‘A corazón abierto’. He seguido yendo a la Isla toda mi vida, sobre todo al Port de Pollença. Mi relación con Mallorca tiene algo de querencia de aquellos dos años infantiles, porque me gusta la Isla, el paisaje y el Mediterráneo; por eso me preocupa que el agua se caliente a la velocidad que lo hace.