Iryna Svystun apoya su cabeza en la de su hijo, Maksym, de 11 años, en Son Gotleu. | Pilar Pellicer

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Iryna Svystun metió lo imprescindible en su pequeña maleta el día que huyó de la ciudad de Horostkiv, en la región de Ternópil, Ucrania, a principios de marzo. Sólo tenía una hora para salir del país y lo imprescindible para esta periodista, escritora y poeta, de 35 años, era coger ropa, documentación, prendas tradicionales y un libro de dibujos para su hijo sobre personalidades ucranianas que han sido importantes. «Para que se acuerde de nuestra historia», cuenta la mujer desde el sofá de un segundo piso en la barriada de Son Gotleu, en Palma. El libro está dedicado: «Maksym, querido, que tengas salud y felicidad».

–¿Por qué cogió las prendas tradicionales de Ucrania?
–Porque tenemos que acordarnos de quiénes somos. Cuando pierdes tu identidad, no puedes estar cómodo... ni feliz.

Iryna, que trabaja limpiando ambulancias en Palma, dejó su vida en Ucrania para empezar una nueva en Mallorca, el 3 de marzo, con su hijo Maksym, de 11 años, su marido, Andrii, y su gata Arcoiris. En su país dejó cerca de 300 poesías y una serie de novelas en pequeño formato. «Empecé a escribir una novela larga, pero no está terminada. Ahora no escribo nada por la guerra», dice.

–¿Por qué?
–Porque con el corazón roto no se puede escribir, no sale nada. Todos mis sueños, todo lo que pienso y deseo es mi país y mi gente.

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Iryna ya estuvo viviendo en Mallorca en 2016 con su marido y su hijo. La familia se instaló en el mismo piso de Son Gotleu en el que cada mañana se oye, desde el salón, el traqueteo de una excavadora taladro. La mujer volvió sola con su hijo a Ucrania en 2020 tras la pandemia. «Me quedé sin trabajo y el niño lloraba porque quería salir de casa. Le dije a mi marido que sería sólo un año y que volveríamos cuando acabara la COVID». Maksym era feliz en Horostkiv, una ciudad de 6.738 habitantes situada a unos 470 kilómetros de Kiev. Allí la vida era muy diferente. «El día que le dije a mi hijo que nos marchábamos estaba paseando con sus amigos, sabía que lloraría y que se enfadaría».

Maksym sale de su habitación para fotografiarse, junto a su madre, en el salón de la vivienda y en el portal del edificio. El pequeño decide cambiarse de camiseta y se pone, orgulloso, una con la bandera de su país y el nombre de su ciudad. «Se la pone cada vez que tiene repaso de inglés por videoconferencia con su profesora de Ucrania», explica su madre. Los cuatro últimos días que pasaron en Horostkiv sólo escuchaban sirenas y aviones. «Teníamos mucho pánico», recuerda Iryna. «Yo no sé muy bien lo que es la guerra, fueron cuatro días con miedo. Hasta el último momento dije que no iba a salir de mi país, pero en una hora hice una maleta pequeña y lo dejé todo».

Las sirenas antiaéreas sonaban dos o tres veces cada noche y otras tantas de día. Iryna y Maksym bajaban entonces al búnker del edificio y coincidían con unos sesenta vecinos. «No sabíamos si iban a caer bombas. Los primeros días nadie sabía lo que había que hacer en esa situación. Mi hijo no durmió durante esas cuatro noches, jugaba para olvidar la guerra».

–¿Qué pensó al abandonar su hogar?
–Que volvería en un mes o dos; es lo único que me ayudó a salir de mi país.

El apunte

Imágenes desde el búnker

Cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas en Horostkiv, Iryna y sus vecinos bajaban al búnker del edificio con botellas de agua y galletas. La mujer enviaba fotografías a su familia.