Algunos de los residentes que actualmente viven en la parroquia adaptada del Rafal Vell posan en el salón central. | Pere Bota

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«Esto es un trampolín para ir a mejor, una oportunidad que estamos aprovechando para tejer nuestra base y seguir adelante», dice Laura Costa, que desde hace seis meses vive junto a su pareja y su bebé en Sojorn, un espacio de acogida temporal habilitado en la parroquia de la Mare de Déu Montserrat del Rafal Vell de Palma, donde conviven más de 25 personas. «Como Iglesia nos toca atender las necesidades sociales urgentes; no podemos ser insensibles ante una realidad tan dramática como que alguien tenga que quedarse en la calle», asegura el párroco, Jaume Alemany.

A simple vista, nadie diría que lleva más de 45 años siendo cura. Va vestido con sandalias, pantalones cortos y una camiseta deportiva. Admite que siempre ha tenido un carácter social muy marcado porque proviene de la generación de sacerdotes formados durante la Transición. Además, hace años que es el delegado pastoral en la prisión de Palma, lo que le mantiene ligado a los problemas de la calle. «Hay muchas parroquias en Mallorca, pero no tienen proyectos como este», comenta con orgullo y cierta tristeza porque desea que haya más iniciativa en la isla.

Su parroquia se construyó hace unos 25 años y es muy espaciosa. Disponía de grandes aulas de catequesis que han sido reformadas para dar cobijo a las familias de la comunidad. De la vivienda destinada al cura se hicieron tres habitaciones y todas las obras las pagaron a través de micromecenazgo. El complejo lo inauguraron en abril del año pasado, en plena crisis sanitaria, ante el incremento de personas que se acercaban a la iglesia porque no podían pagar un alquiler.

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Carolina Soruco, Jaume Alemany y Jaume Bernades.

Cada vez hay menos catequistas y más personas con problemas para acceder a una vivienda, por lo que Alemany no dudó en priorizar y atenderlas. «La comida no es un problema porque hay puntos de reparto, pero encontrar una casa es cada vez más difícil porque el precio se ha disparado», afirma.

El nombre del proyecto, Sojorn, define muy bien su objetivo porque en catalán quiere decir lugar de cobijo. «Hay que acogerlos; se me cae la cara de vergüenza cuando unos padres vienen y me explican que han estado viviendo en un coche con sus hijos porque no tenían a donde ir», dice, al recordar un caso reciente. Sin embargo, el sacerdote tiene claro que la estancia debe de ser temporal, como mucho de un año, hasta que el inquilino encuentre un piso.

Valores éticos

El interior del edificio, anexo a la parroquia, es muy fresco pese a que fuera se superen los 30 grados y destaca su limpieza. En total, en los dos pisos, hay 14 habitaciones, tres salones, cuatro cocinas y ocho baños. Alemany recorre caminando la planta baja hasta el enorme patio que tiene la parroquia, donde hay una terraza cubierta. «Construiría pisos, pero creo que es mejor evitar que se masifique porque sería complicado de gestionar», reflexiona mientras un niño le interrumpe y le abraza sonriente.

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El aspecto del primer piso, donde está el salón comunitario, es el de un espacio recién reformado. Hay varias mesas y sofás, además de una cocina americana. En una de las paredes del salón se puede leer la siguiente frase pintada: 'Perquè brolli una vegada més la vida'. «No solamente queremos ofrecer una cama y techo, buscamos mostrar un estilo de vida», dice convencido, y rechaza las etiquetas de hostal o pensión. «Aquí se viene a convivir y compartir, no cabe el egoísmo», sostiene, añadiendo que «nos tenemos que salvar todos juntos porque padecemos el mismo problema».

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Jaume Alemany abraza a un niño que vive en Sojorn.

Para potenciar el espíritu comunitario que describe el cura, Carolina Soruco explica que cada semana hacen asambleas para «decirnos las cosas a la cara». Alemany habla de Soruco como «la persona de referencia», porque coordina el proyecto. Hace casi 15 años que está vinculada a la parroquia de la Mare de Déu Montserrat y al Casal Carisa de Son Sardina.

«La vida en comunidad es complicada y a veces es necesario discutir para ser escuchado, pero sin llegar a más. Si no lo hacemos no llegamos a acuerdos», comenta Soruco. Los residentes cocinan, friegan el suelo y limpian por turnos rotativos. Además, se recicla y se evita consumir el mínimo de energía posible. Todos los inquilinos deben firmar un contrato por el cual se comprometen a respetar la convivencia y no se admite ningún tipo de consumo de alcohol o drogas. De momento, no han tenido que echar a nadie por ser conflictivo, pero un hombre que bebía se marchó dando las gracias tras ser avisado de que no estaba permitido.

El proyecto es deficitario y se sostiene gracias a la ayuda de voluntarios. Por dignidad, apunta Alemany, quieren que todos residentes aporten lo que puedan. «No se puede vivir dependiendo de los otros, no es educativo que todo esté pagado y, por ello, los que pueden aportan algo de dinero para la iniciativa», añade. Más de la mitad de los residentes tiene empleo, pero precario y temporal.

El párroco cree que el modelo que están practicando, la vida en pequeña comunidad, irá a más. «El futuro está por inventar. Sobran fincas de pisos y faltan pisitos pequeños de una habitación con cocina; además ahora hay familias monoparentales o que viven solas», asegura. De hecho, cree que juntar jóvenes con gente mayor en un mismo lugar de residencias «es el futuro» porque esta mezcla de edades «humaniza este espacio».

Clases de idiomas

«Todo lo haces aquí como voluntario es una gran recompensa personal», asegura Jaume Bernades. Conoció a Alemany y Carolina cuando, a través de la Fundació Climent Garau, de la cual forma parte, acudió a la prisión de Palma para impulsar un proyecto educativo. La pandemia lo interrumpió, pero al final acabaron en la parroquia del Rafal Vell y se sumaron a Sojorn. Ahora, todos son uno y la iniciativa central es la casa de acogida. «Intento apretar para que las cosas se haga», dice Bernades. Es voluntario, como su hija Blanca y sus amigas, que acuden a la la parroquia para ayudar. Su principal función es dar clases de castellano, catalán e inglés, en las cuales también participa la profesora de Economía Universitat de les Illes Balears, Estrella Gómez.

En septiembre inaugurarán un local en el mismo barrio para dar clases de refuerzo a niños que sus padres no pueden costear. Bernades espera que contar lo que hacen sirva para animar a más gente y disponer de una bolsa de voluntarios. «No queremos estar subvencionados por instituciones, nuestro papel es acoger al momento», concluye Alemany.

El apunte

Sojorn también ofrece talleres diversos todas las semanas

La comunidad Sojorn es un espacio de acogida y acompañamiento que ayuda, de manera temporal, a quien no pueda acceder a una vivienda. Además, cada semana ofrece talleres muy diversos para los inquilinos y quien lo necesite, como clases de catalán, inglés, castellano, meditación o asesoría jurídica. Los voluntarios son la base imprescindible para poder realizarlos. De hecho, en septiembre prevén abrir un nuevo local muy cerca de la parroquia Mare de Déu de Montserrat, donde se ubica la comunidad. El nuevo espacio servirá para dar clases de repaso a los niños y niñas de familias vulnerables. Por ello, animan a cualquier persona que quiera ayudar.