Adrián Edward Nystedt acompañado por María, su madre. Sufre una enfermedad genética y necesita una transfusión de sangre cada tres semanas. | P. Pellicer

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9.30 de la mañana. Adrián Edward Nystedt llega al hospital de día de Pediatría de Son Espases con María, su madre, y una mochila cargada de libros, la tablet y una bandeja de sushi, su plato preferido, que no probará hasta que acabe su sesión matinal. Nada es suficiente para superar las horas muertas en este lugar, que se ha convertido a la fuerza en su segundo hogar. Cada tres semanas acude al hospital de referencia de Balears preparado para pasarse la mañana entera entre sanitarios, pruebas médicas y transfusiones de sangre, que le permitirán volver a ser el chaval activo de 13 años de siempre. Para él, esas bolsas transparentes de 400 ml rellenas de sangre son vida en cada gota; sin ellas, podría llegar a correr peligro. Cada evento de su vida y cada viaje a su Suecia natal está marcado en el calendario dependiendo de la necesidad de una transfusión. ¿Por qué? Adrián nació con una anemia severa debido a la falta de una enzima en los glóbulos rojos que le provoca un bajo nivel de hemoglobina.

Conexión

Si no recibiera sangre, estaría más y más cansado, «como si tuvieras un robot de juguete al que se le está acabando las pilas o la batería. Funciona al ralentí hasta que deja de arrancar», explica María, mientras Adrián está recibiendo la transfusión. «La sangre es su chute, le permite volver a ser el chaval de siempre. Es la única solución que nos han dado hasta que encontremos un donante de médula perfecto». De la bolsa de sangre al port-a-cath, un aparato que le han implantado y que permite que entre la sangre o recibir medicación sin necesidad de pinchazos.

Cada minuto conectado recibiendo sangre es vida que le entra en vena, por eso María solo tiene palabras de agradecimiento para cualquiera de los 22.288 donantes activos de sangre o plaquetas que hay en nuestra Comunitat. Cualquiera de ellos, el que tenga 0-, está unido a Adrián y a su familia aunque no lo sabrá nunca. «Si no hay sangre, no tengo vida. Gracias a todos los que lo hacéis posible», confiesa este chaval de trece años.

Como Adrián, miles de personas necesitan diariamente una transfusión de sangre en Baleares. Desde enfermos crónicos, pasando por parturientas, heridos en accidentes de tráfico, pacientes con cáncer, a la espera de un trasplante o de una operación. Cualquiera de nosotros puede necesitar en un momento de nuestra vida una transfusión. Por eso resulta duro ver cómo cada verano, el Banc de Sang i Teixits de Balears hace un llamamiento a la población pidiendo que acuda a donar sangre porque las reservas están bajo mínimos. Solo un dato: para que la demanda diaria de sangre de los hospitales de Baleares esté controlada, hace falta extraer unas 200 unidades diarias, ni un solo día se llega a cubrir esa cifra.

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Lluis Llofriu, Mayte Cózar y Esmeralda Molina, enfermeros del área de extracción del Banc de Sang i Teixits.

Hora y media de tu tiempo

La sala de extracciones del Banc de Sang i Teixits de les Illes Balears es un hervidero de actividad, pero también un llamativo clima de camaradería. Allí nos encontramos con Mayte Cózar, una enfermera que lleva la friolera de 26 años trabajando en esta entidad y ha visto casi de todo: desmayos, despedidas, atracones, gritos de pánico por ver una aguja, incluso un motín en toda regla cuando los donantes descubrieron que se habían eliminado los donuts de la ‘mesa de recompensa’ tras donar sangre. «Nos quedó claro que estos dulces son sagrados. No volveremos a retirarlos», dice con sorna.

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También han despedido a donantes que llevaban media vida acudiendo a la llamada del Banc de Sang para donar: «Con 65 años se tenían que ‘jubilar’, hasta que se alargó a los 70. Coincidió con una donante muy querida por aquí, que hasta le organizamos una despedida; dos días después le dijimos que podía seguir donando y le hicimos tremendamente feliz», recuerda Cózar.

En esa misma sala de extracciones charlamos con Anton Jandzik, un auxiliar de vuelo destinado en Mallorca, pero procedente de Eslovaquia. Tiene 54 años y empezó a donar en su país natal con 20, en el que asegura que es muy normal acudir a donar sangre, «casi como salir a tomar cervezas; lo mismo con los órganos, caso todo el mundo es donante», apunta este eslovaco dicharachero, que realiza una media de 6 a 8 donaciones anuales de sangre y plaquetas.

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Anton Jandzik lleva 20 años donando sangre y plaquetas.

¿Por qué quiere donar? Anton confiesa que «he tenido familiares que necesitaron transfusiones en el pasado, me siento obligado y feliz de poder devolver esa ayuda a personas anónimas que lo necesitan», dice antes de dirigirse a la ‘mesa de recompensa’ a por su donut, al tiempo que apostilla «solo los como cuando vengo a donar, es mi recompensa».

De la sala de extracciones a la de fraccionamiento, donde nos encontramos con otra empleada veterana, Aina de Fuertes, técnica de laboratorio, con 26 años de trabajo en esta entidad sobre sus espaldas. «Aquí hay mucho trabajo. Separamos la sangre en hematíes, plasma y plaquetas; mientras que en el laboratorio se realizan serologías y análisis para validar que la sangre es viable y no tiene enfermedades».

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Aina de Fuertes, técnica de laboratorio del Banc de Sang i Teixits.

El camino de la sangre hasta los pacientes crea lazos invisibles entre personas, pero auténticos al fin y al cabo.