Jóvenes, en el barco de Baleària. | Pere Bergas

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Las precipitaciones de esta madrugada han dejado un ambiente frío y húmedo en el Port d'Alcúdia, que ha amanecido cubierto de nubarrones y con un constante goteo de vehículos entrando y saliendo del puerto. Miles de mallorquines viajan este jueves a Ciutadella para disfrutar de las fiestas de Sant Joan; se calcula que, entre el pasado miércoles y este jueves, más de 30.000 personas han llegado a Menorca procedentes de todos los municipios de la Isla.

Aunque solo son las 7 de la mañana, en el puerto impera el ajetreo. Sacrificados padres y madres acompañan a sus hijos, que vivirán por primera vez la fiesta menorquina. También hay gente más experimentada, que desde hace décadas disfruta del festejo. Una vez bajan del coche, los jóvenes se despiden de sus padres y se agrupan con rapidez. Una trabajadora del puerto le indica a un grupo que debe pasar a la zona de embarque: «¿Ya?», le preguntan, a lo que responde, «Lo siento, pero mira como está». La cola de acceso al control de seguridad llega hasta las escaleras.

A pesar del gran volumen de personas, el embarque es ágil. «¡Por favor, id metiendo los móviles en el bolso y nos daremos más prisa!», exclama un miembro del personal de seguridad, a lo que su compañera de cinta añade: «Qué agobio, lo siento, pero hoy va a ser así toda la mañana». «Creo que no vivimos la fiesta de la misma manera, pero espero que los ciutadellencs nos quieran a todos por igual», afirma Francisca Sureda, de Sant Joan, mientras observa a los jóvenes. "Som habitualets, veim a possar un poc de seny", apunta Joan Bauzá.

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Ya en el interior del Cecilia Payne, un ferry de alta velocidad de Baleària con capacidad para 800 personas, los pasajeros toman asiento. "Hemos acabado el bachillerato y nos lo tomamos como un viaje de fin de curso, como el 90 por ciento del pasaje. No solo venimos a las fiestas, estaremos una semana en Menorca", explica Enrique Carmona, acompañado por cinco amigos. Aunque ese porcentaje es algo elevado, gran parte de los mallorquines que llegan a Ciutadella son jóvenes de 17 y 18 años con el instituto recién acabado. En muchos casos, pasan dos noches en Menorca y vuelven a casa.

«Aunque haya mucha más gente, me parece que ahora las fiestas son más seguras. Se controla el alcohol, el aforo o el calzado. Antes, o te quitabas o te pasaban por encima», afirma Jordi, que ha asistido a las fiestas de Sant Joan en más de una decena de ocasiones. Pero no todo son grupos de amigos, sino que algunos viajan en familia. «¡Queremos ver los caballos!», afirman Aina Feliu y Kai Moreno, de ocho años, acompañados por sus padres: "Vengo a Sant Joan desde el 97. La masificación es lo que marca la diferencia, pero la fiesta es un sentimiento que no se pierde, siempre se me ponen los pelos de punta con el primer toc de fabiol. Además, mi hija nació en el día de Sant Joan", explica Mercedes Giménez

Todos los veteranos coinciden que las fiestas están cada vez más saturadas. «La fiesta se ha masificado, sobre todo con gente que, para mi, es demasiado joven. En Pollença nos pasó lo mismo con los moros y cristianos. Cuando se va a la fiesta de otro pueblo debes ser respetuoso y darle prioridad a los locales. Antes lo menorquines eran muy acogedores, me han tratado muy bien, pero cada vez los escucho más cansados de los mallorquines», explica Tomás Galindo, de Pollença, que ha ido a Sant Joan en más de una quincena de ocasiones.

En el trayecto, de una hora de duración, los pasajeros desayunan, salen a fumar a la borda, duermen, se entretienen con los móviles o las cartas y, alguno que otro, le pega un lingotazo a una botella de pomada, ya preparada de casa, envuelta en una bolsa de plástico. A medida que el buque se acerca a tierra firme, surgen algunas dudas: «¿Y ahora cómo llegamos al apartamento?», pregunta un joven. «Vamos a caminar un buen rato. A buen ritmo, cuatro kilómetros los hacemos en 40 minutos. Eso o autostop», le contesta su amigo. Y así fue. Tras bajar del barco con discretos cánticos de 'Ara va de bó', o 'Firó, firó, firó', algunos jóvenes cogen el TIB y muchos otros avanzan por el carril bici, cargados con sus maletas.