Un piso de Palma cuelga el cartel de ‘se alquila’. | PLOZANO

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Lorena Gutiérrez tiene 31 años y su currículum no le entra en una página. Es graduada en Bellas Artes, tiene tres postrados, formación en Pedagogía, es mediadora y ahora estudia Educación somática del movimiento, algo novedoso en España. Y sabe seis idiomas. Sin embargo, y a pesar de su experiencia, «siempre he tenido que compaginar mis proyectos con algo más porque el ingreso no era suficiente para vivir».

Lorena trabajo ahora de camarera, de ahí saca su principal fuente de ingresos. Lorena vive con su padre y no se plantea independizarse porque es indispensable. Ella es solo un altavoz de toda una generación precaria. Según un informe de Adecco, cada hogar de Balears dedica el 40 % de su salario al pago de la vivienda, propia o de alquiler. Aparte, esta comunidad es una de las más difíciles para encontrar piso.

Cada vez más gente vuelve al hogar de la familia ante la imposibilidad de adquirir una vivienda, sobre todo en la ciudad: «Tengo amigos que, a pesar de que trabajan de lo que han estudiado y no cobran mal, ni con un buen salario se pueden plantear comprarse una casa, y como mucho un alquiler en el extrarradio. Palma es una zona que ya no nos pertenece, es indispensable para los residentes». Este hecho le ha llevado a replantearse salir de la Isla, «primero por el tema cultural, porque en otras partes del país, o en el extranjero, se le da más importancia al sector». Segundo, Lorena considera que «si el precio por una habitación aquí está por encima de los 400 euros, entonces prefiero pagar eso en otras ciudades más grandes y que ofrezcan más cosas».

Precariedad

Virginia Soldán, de 35 años, es técnica en Química Ambiental del Instituto Oceanográfico de Balears y está a punto de finalizar la carrera de Ciencias Ambientales. Es de Madrid pero llegó hace unos años a Mallorca por una oferta laboral. Empezó a trabajar con tan solo 15 años y desde entonces no ha parado: ha sido camarera, limpiadora, dependienta, teleoperadora.

A pesar de todo, esto no ha sido suficiente y la idea de independizarse ha sido imposible. «Qué va. Es como la historia de nunca acabar. Ahora mismo tengo menos ingresos que cuando tenía 17 años», considera. Afronta el mes con 1.170 euros y comparte un piso por el que paga 300 euros, uno de los mejores precios que ha visto hasta ahora. Los padres de Virginia cuidan durante la semana a sus perros. En un principio, se los trajo a Mallorca, pero vio que no era rentable por su situación. Se ha mudado hasta cuatro veces, incluso le llegaron a estafar con una oferta de vivienda. «El tema de buscar piso ha sido un infierno en Mallorca. Había que pagar inmobiliaria y más cosas. En uno de ellos he llegado a pagar hasta 500 euros por una habitación», cuenta.

El presidente de Consubal, Alfonso Rodríguez, asegura que «la población joven se está alejando más de la capital para buscar alquileres más baratos. Y si no, se quedan con sus padres». Le impresiona cómo barrios palmesanos como Son Gotleu, «donde antes costaba una vivienda a reformar unos 60.000 euros, ahora pidan 160.000 euros. Ya una habitación en Palma puede costar 600 euros».

Rodríguez corrobora lo complicado que es acceder a una vivienda. «Una persona sola es imposible que pueda comprar y se ve obligada a compartir piso». Según el portal Idealista, en su último informe situaba a Balears como una de las provincias donde más ha subido el precio del alquiler, un 5,1 %, en relación a principio de año. Y es la segunda región con el precio más caro (13,2 euros el metro cuadrado).

Mamadú Toure, de 22 años y de Senegal, es consciente de que «la vida está carísima». Encontró hace cuatro años una habitación por 200 euros. Su situación no es la que le gustaría: «Me hace mal ser joven y que no tenga todavía el NIE para trabajar», reflexiona. Él no para, a pesar de que sus profesiones son futbolista y barbero. Ahora se ha apuntado a la autoescuela y realiza trabajos por horas para pagar su alquiler y comer.

Otros, como Alberto Mir, de 55 años, paga 300 euros por una habitación en un piso de una señora. A su edad, no se plantea ya comprar un piso. Tiene una paga vitalicia de 463 euros y su plan de vida es regresar a Barcelona. «La situación de la vivienda en la Isla es muy complicada para los jóvenes», dice.