Cristina Bernat, en su habitación, donde lleva desde el 13 de mayo. | P. Pellicer

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Esta es la historia de una mujer con una enfermedad que le ha enseñado que es más importante guiarse por el corazón que por la razón. Cristina Bernat, de 50 años, tiene dos hijos, de 20 y 21 años. Es vecina de Sóller y lidia con un cáncer de mama con metástasis. Desde el día 13 de mayo está en ingresada en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Joan March.

Cristina está sentada en el balcón de su habitación. Lleva unas gafas color coral y atiende a una llamada telefónica cuando un equipo de Ultima Hora entra a entrevistarla. Se ha preparado para las fotos y su sonrisa es de aquellas que quedan plasmadas en la memoria. Tiene una especie de lista imaginaria con todos los aprendizajes que ha vivido desde que en 2015 le detectaron un tumor en el pecho derecho justo en un momento en que a su madre, que ahora tiene 76 años, le iban a extirpar una mama por la misma enfermedad.

«Me callé un tiempo hasta que mi madre se recuperó. Y luego les dije que esto no acababa aquí. Yo tenía cáncer. El tratamiento de quimioterapia y radioterapia me duró un año y medio». Pasaron los años y llegó la COVID-19. Se encontraba bien, había acabado lo más duro, y viajó a Sevilla donde su hijo mayor firmaba un contrato con un equipo de fútbol. Pero Cristina notó un «dolor el pecho». Ese dolor en el pecho fue el pronóstico que marcaría un antes y un después en su vida.

Volver a nacer

Volvió a la quimioterapia, esta vez en pastillas. El cansancio le ha atormentado durante varias rachas. Su primer ingreso fue el 4 de abril de 2022 en el Hospital Son Llàtzer porque ya no podía más. «No era consciente de lo mal que estaba. Soy una persona independiente a la que no le gusta molestar. Me decía que me pondré bien, pero llegó un día en que me levantaba y me caía».

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Las voluntarias de DIME abrazan a Cristina tras conocerse.

Cristina ha experimentado una sensación próxima a la muerte. No recuerda bien lo que sucedió entre el 4 de abril y las siguientes semanas. «Perdí la consciencia. No podía hablar, tampoco comer. Las pastillas de quimioterapia me habían intoxicado. Me encontraba tan mal que llegué a pedir al oncólogo que me administrara la eutanasia. Me quería morir». Pero Cristina volvió a nacer tras haber recibido ayuda psicológica. «Fue de la noche a la mañana. Noté como un estallido en mi cabeza y me empezaron a venir los recuerdos y a recuperar la memoria».

Hace unos días, en el Joan March, tuvo la visita de la musicoterapeuta Teresa. Ha grabado varios vídeos tocando instrumentos. Cristina dice que se siente feliz, que tiene ganas de vivir. Jaume es su novio desde hace unos años. Fue también la primera persona que le notó el bulto en el pecho. «Le he llegado a decir que siga su camino sin mí. Pero él se ha quedado. Me ha demostrado que me quiere».
Ha estado más preocupada de sufrir que de morir. «Me he preguntado qué habrá después de la muerte».

Cristina ha empezado otro tratamiento. Tiene la esperanza de salir pronto de la habitación y pasar el verano junto a Jaume y sus dos hijos, ya que ambos trabajan en la Península. También de coger la raqueta de pádel. Es una aficionada de este deporte desde hace diez años. «Cuando te pasa algo así, vives la vida con intensidad. Hago lo que me apetece. Ahora quiero viajar. Teníamos que ir a ver la final de Roland Garros. El año de la COVID íbamos a ir a Irlanda, pero tampoco pudimos. Eso sí, el verano pasado fui con mis hijos a Ibiza y lo pasamos fenomenal». Cristina es de esas personas que no piensan en negativo. Y cuando le dan malas noticias, tira adelante, «porque llorando no arreglas nada. Soy optimista, sí, pero también realista».

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Arriba, Mar Guillén, Kike Álvarez, Javier Herrero, Luisa Caules, Ana Morera, Marie Timlin, Gloria Salesa, Agustina Vargas. Abajo, Juan Sarmentero, Toñi López y Marilen Tugores. Son el equipo de profesionales sanitarios, y voluntarios, de la Unidad de Cuidados Paliatvios del Hospital Juan March.
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Es realista ante los palos que da la vida, que le han hecho sufrir pero también aprender. Es realista ante sus ganas por ganar a la enfermedad. También realista sobre qué enfermedad tiene. Es realista al pensar que ahora toca pensar en ella, hacerse caso. Es realista ante el hecho de que un día quiso pedir la eutanasia pero no se dio por vencida «y menos mal».

Marie Timlin nació en Dublin (Irlanda) hace 71 años pero lleva en Mallorca medio siglo. Su paso como voluntaria por la asociación DIME, que acompaña a pacientes y familiares en el final de vida, comenzó en 2008. Dos años antes, Marie, que es profesora de inglés jubilada, despidió a su marido cuando todavía no tenía experiencia. «Ese choque con la realidad me ha hecho ser mejor persona», como todas las vivencias que ha tenido desde entonces.

Herramienta

Se acuerda del primer paciente al que acompañó a morir en el Hospital Joan March. Estaba en la habitación 209. Ese dato, para ella, fue importante, porque su marido también falleció en esa misma habitación. «Cuando hablas con un paciente de Cuidados Paliativos, lo más importante es no adelantarte porque la persona está en un proceso y tú, como voluntario, debes estar para lo que necesite. Porque las personas que se están muriendo, lo saben. Un voluntario tiene que ser una especie de herramienta para ellos. Si quieren reír, tú también. Si quieren quejarse, les escuchas».

Cada caso es muy distinto, dice Marie. Es el paciente quien pide conocer a un voluntario, nunca al revés. Marie Timlin va cada martes al Joan March. Para esta entrevista, citamos a otra voluntaria veterana de DIME, Marilén Tugores. Ninguna conocía a Cristina Bernat, pero han aprovechado la visita para escuchar su historia. Lo primero que han hecho es darse un abrazo efusivo.

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Marilén Tugores y Marie Timlin.

El doctor Enrique Álvarez, nacido en A Coruña, es el subdirector médico del Hospital. Lo suyo es vocacional. Tenía claro que quería ser médico de familia pero cuando todavía acababa la carrera, la asignatura de Cuidados Paliativos le abrió otro horizonte. Cuando se le pregunta por la definición de Cuidados Paliativos piensa y reflexiona la mejor opción sin caer en tecnicismos.

«Es un acompañamiento, un contacto entre dos personas, profesional y personal, en una situación que no se ha experimentado previamente, que no sabes lo que estará bien o mal porque desde el punto de vista del enfermo es extremadamente complejo. Es ahí cuando entra el paliativista, y un equipo multidisciplinar, para cuidarlo».

El Joan March, el Hospital General, el Hospital de Manacor y los hospitales Sant Joan de Déu son los centros que disponen de unidades de Cuidados Paliativos en Mallorca. Los especialistas llevan años reivindicando una ley nacional «que rija la atención paliativa para toda la población» y que se convierta en una categoría, es decir, en una figura profesional dentro de la carrera de Medicina.

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El doctor Enrique Álvarez.

La experiencia con la muerte afecta. El doctor Álvarez perdió a su padre cuando este tenía 58 años.
- «¿Y tú, Kike, como paliativista, te has imaginado tu propia muerte?».
- «No creo que pensemos mucho en eso. Yo, al menos, no. Pero sí tengo claro qué me gustaría para según qué momentos. Y no es que no lo piense por miedo, sino por mi situación. Tengo dos niñas pequeñas».