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Tenía que pasar. Tras dos años de santa abstinencia a causa del virus de la COVID, la tradicional, enorme y entrañable batalla de moros y cristianos de Sóller del pasado lunes, aliñada con un consumo desaforado de alcohol, ha traído problemas. Un detenido por zarandear a su compañera y enfrentarse a la autoridad y el bochorno del acoso a una periodista de IB3 ante las cámaras por parte de un participante en la fiesta, masiva como nunca.

Los tiempos cambian, por fortuna. Y en la actualidad la falta de respeto a la integridad física de las mujeres causa cada vez más indignación. Mientras, el abuso de la bebida seguramente también batió récords. Corren nuevos tiempos. Y una época mejor, con mayor respeto a la dignidad humana, impone una normativa más precisa e inteligente.

Es preciso incrementar las reglas reguladoras de las fiestas populares. El Govern debería tomar cartas en el asunto e impulsar medidas legales objetivamente necesarias. Cada fiesta de las grandes concentraciones populares baleares debería ser precedida obligatoriamente por una campaña pública específica de concienciación, articulando los medios para pedir e instruir a participantes y asistentes sobre un consumo moderado de alcohol y señalando las normas de conducta que deben regir en este tipo de concentraciones, comenzando por el respeto y exigiendo prudencia y civismo en el uso de petardos, tracas o similares. Y en el caso de Sóller o de Pollença, en el modo de utilización de ‘armamento’ como puedan ser las espadas de madera. Por supuesto, debe aumentarse la restricción en el uso de escopetas de caza con cartuchería de fogueo.

 Regulación, prevención y concienciación. Éste es el tridente a partir del cual se puede alcanzar la diversión civilizada. Corresponde al Consolat unificar criterios y mejorar una normativa del siglo XXI para actividades de gran singularidad, que son un indudable reclamo turístico.