Chris Ealham en la Llibreria Ramon Llull.  | Pilar Pellicer

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Chris Ealham (Kent, 1965) es un hispanista especializado en la historia del anarquismo en España. Discípulo de Paul Preston, firma el prólogo de la reedición de El eco de los pasos (Virus Editorial), las memorias de casi mil páginas del anarcosindicalista y ministro de Justicia durante la Guerra Civil, Joan García Oliver. Unas vivencias que retratan un pasado enterrado por el exilio y ocultado por la derecha y la izquierda.   

¿Por qué las memorias son un «mal necesario»? 
—Es un libro imprescindible, de primera línea y muy citado en estudios de la Segunda República y los años veinte. He recibido críticas por el prólogo, pero hay que cuestionarlo todo. Es muy ingenuo pensar que lo que cuenta es una fiel representación de la realidad que vivió.

Aun así, le atrae su figura.
—Los obreros autodidactas me fascinan. García Oliver dejó con doce años la escuela y se convirtió en alguien con una cultura descomunal. En el libro se muestra como un gran escritor; hay gente que ahora no llega a su nivel. Defendía la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) incluso con la pistola, arriesgando todo. Era valiente. De oficio fue camarero y siempre trabajaba en restaurantes y hoteles de lujo. Se relacionaba mucho con gente de clase alta y, escuchando según qué conversaciones, fortaleció su nivel cultural y su odio de clase.

¿Cuál fue su mayor contribución como ministro de Justicia?
—La creación de un nuevo sistema de tribunales para intentar terminar con las sacas y la represión desmedida es un legado importante. Hubo anarquistas radicales que protegían a gente religiosa, incluyendo a curas, pero también a personas de derechas. Joan Peiró formaba parte de una red de evasión que se extendía a lo largo de la costa catalana hasta Francia y en 1940, cuando el franquismo lo ejecutó, muchos falangistas y religiosos le defendieron sin éxito. La mayoría de la represión fue callejera, no hay pruebas que desde el Comité de Milicias Antifascistas o el Ministerio de Justicia estuviera involucrado. Si podría haber hecho más, no lo sé. Pero el anticlericalismo es muy anterior a García Oliver y que la Iglesia apoyara a Franco no ayudó.

¿Qué papel jugó en la guerra?
—En la defensa de Barcelona luchó en la calle y mostró tener sangre fría. No le importó su seguridad, incluso cuando su íntimo amigo Francisco Ascaso murió a su lado de un tiro en la cabeza. Los anarquistas tenían su proyecto político, contra los patronos y el Estado, pero no iba dirigido a destruir la República. Se movilizaron contra el golpe de Sanjurjo, en 1932, y luego en 1936. La CNT entendió la necesidad de un antifascismo al ver cómo avanzó el nazismo.

¿Por qué la derecha y la izquierda ocultan el pasado anarquista?
—La CNT fue el movimiento anarcosindicalista más potente en el mundo, pero su historia se ha marginado. Con los Pactos de la Moncloa hubo una confluencia interesada en silenciarlo. Luego vino el caso Scala, que identificó a la CNT con terrorismo.

¿Qué aporta hoy este libro?
—Muestran que los que luchaban por un mundo mejor eran gente corriente, con familia. Contrasta con la leyenda negra del anarquismo. La fundación FAES patrocina historiadores muy mediáticos que siguen con el rollo del anarquismo criminal, pero el libro muestra que no era así, que era algo muy básico en la vida de miles de personas.