Joan Manuel López Nadal, junto a su burra Cati Esmeralda, en su casa de Son Servera. | Teresa Ayuga

TW
32

El diplomático Joan Manuel López Nadal (Palma, 1951) lleva cuatro años jubilado tras casi cuatro décadas «dando vueltas por el mundo», como él mismo dice. Para López Nadal, la jubilación no significa inactividad. Siempre entusiasta, acaba de asumir la presidencia de Amnistía Internacional Baleares.

¿Cómo ha sido el camino para llegar a la presidencia de Amnistía Internacional Baleares?

—Soy socio desde hace 30 años. Por mi carrera diplomática y mis destinos fui un socio pasivo. Pagaba la cuota, recibía información y poco más. En Balears, Aministía Internacional es muy activa, con más de 2.000 socios. Últimamente, yo era el coordinador de la sección de Memòria Democràtica y colaboramos con el Govern y Memòria de Mallorca en la apertura de fosas. El anterior presidente, Miquel Àngel Mayorga, no quería continuar en el cargo y me propuso sustituirle. La asamblea ha decidido que nos intercambiemos los cargos.

Se han abierto fosas, pero vamos muy atrasados.

—Sí, es un escándalo y una vergüenza por culpa de la Ley de Amnistía de 1977, que ha funcionado como una ley de punto final para torturadores y opresores a los que no se pudo pedir responsabilidades. Llegamos tarde, pero estamos trabajando. La Llei de Memòria de Baleares es pionera en España, pero la verdad es que ha habido muy poca colaboración de la Administración de Justicia y de los archivos policiales, militares y eclesiásticos. Sólo con transparencia habrá más justicia para las familias. Ha habido un continuismo neofranquista.

Habla de continuismo neofranquista en España, pero en Francia Marine Le Pen ha obtenido un buen resultado electoral.

—Sí. Todos los demócratas, conservadores y progresistas, defensores de los derechos humanos, hem fet un alè. Francia es un país importante, un referente político y cultural. Los resultados de Le Pen deben poner en España las barbas a remojar. El pacto en Castilla y León entre PP y Vox es inaceptable. No quiero pensar que en Balears pueda ocurrir algo así.

¿Y cómo puede el resto de partidos parar a la extrema derecha? No parece suficiente apelar siempre a que viene el lobo.

—Sin miedos ni complejos, hay que dar prioridad a la educación, las políticas sociales y la defensa de los derechos humanos: mujeres, LGTBI, inmigrantes... La gente está frustrada por una sociedad injusta por la desigualdad y la corrupción.

¿Pero por qué cala el mensaje de la extrema derecha?

—Hay un núcleo auténticamente fascista, pero lanza un mensaje antisistema que llega a la gente que está frustrada con el sistema, sin darse cuenta de que las propuestas de la extrema derecha son regresivas. La izquierda no está ofreciendo alternativas a la desigualdad. Intenta humanizar un sistema capitalista que es inhumano. Mientras, el mensaje simple de la extrema derecha es que los culpables de las desigualdades no son los oligarcas capitalistas, sino los inmigrantes. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social que no están ejerciendo y las redes sociales son muy manipulables.

Tampoco inspira mucha confianza saber que el Estado puede espiarte por tener unas ideas políticas.

—Un estado no puede espiar la vida y la intimidad de las personas. Las escuchas a políticos catalanes y algún vasco me parecen un escándalo gravísimo, el más grave de las últimas legislaturas. El Estado tiene la obligación de aclarar todo esto, depurar responsabilidades y castigar a los culpables con ceses o dimisiones. Es un atentado contra los derechos humanos. Y la ministra Margarita Robles intenta justificar lo injustificable. Debería dimitir o ser destituida. Tarde o temprano sabremos la verdad. El problema es que sea demasiado tarde.

¿Es España una democracia madura o vamos de sobrados?

—La llamada Transición es el pecado original de la democracia, con un monarca no elegido, impuesto por Franco y que ha salido como ha salido, una ley de amnistía, sin independencia del poder judicial y espías al estilo de Mortadelo y Filemón. Sin república, en España no puede haber democracia.

Como exdiplomático, ¿cómo ve la guerra de Ucrania? Dio una conferencia sobre la cuestión en la UIB.

—Hitler surgió de una crisis económica brutal en una Alemania humillada por el Tratado de Versalles. Como decíamos antes de la extrema derecha actual, el nazismo aprovechó la enorme frustración de la población. Rusia ha sido vencida en la Guerra Fría y ha visto cómo el antiguo imperio de la Unión Soviética se ha desmembrado. Putin no puede tolerar que Ucrania se comporte como un Estado soberano respecto a la Unión Europea y la OTAN, y ha puesto en marcha una agresión ilegal, contraria al Derecho internacional, con una violencia intolerable contra la población civil y claros crímenes de guerra. Ucrania tiene derecho a defenderse y me parece muy bien que se le envíen armas.

¿Será Putin juzgado por crímenes de guerra?

—Me gustaría. Se lo merece, pero no soy optimista. Podría ser acusado, pero juzgado y condenado no será fácil.

¿Cómo acabará esta guerra?

—Por cansancio de ambos, pero el coste será muy alto. Una solución podría ser un referéndum en el Donbás, tutelado por la ONU. Ucrania debe asumir que Crimea será rusa y que no puede ejercer un papel de base militar contra Rusia. Tal vez debería renunciar a entrar en la OTAN, pero que ésta garantizase su protección. Ucrania se sentiría protegida y Rusia, más segura. Precisamente, lo que está consiguiendo Putin es reforzar la OTAN. Espero que, en el futuro, Rusia y Ucrania se respeten como auténticos países democráticos en una paz estable. Tienen mucho en común.