Ernest Cañada posa para este diario en Palma.  | Jaume Morey

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Ernest Cañada no odia el turismo, pero cuestiona el sector de raíz para pensar alternativas que vayan más allá del lucro.   

¿Cómo ha cambiado la pandemia el sector turístico?
—Está produciendo una dualización de la actividad. Hay una apuesta por la elitización y territorios como Mallorca compiten con otros para captar ricos, porque no hay para todos. La otra tendencia es que el 28 % de la población europea no puede cogerse una semana de vacaciones fuera de casa, y el porcentaje crecerá. Esto incrementará el turismo de proximidad:que en menos de tres horas te puedas mover con transporte terrestre.

¿Se acabarán los vuelos baratos entre continentes?
—El modelo tradicional low cost y de movilidad a larga distancia, para ir al Caribe o a Asia, está en entredicho. Su futuro genera muchas dudas.

¿Hemos aprendido algo después de la COVID?
—Los lobbies turísticos, y buena parte de la clase política, cree que la pandemia es un accidente muy grave y su reacción es reactivar el sector como sea. La lectura alternativa es que no es puntual porque estamos ante una crisis sistémica que coincide con la crisis climática, el incremento del precio de los combustibles y conflictos como el de Ucrania que generan más incerteza. Seguir apostando por la sobreespecialización turística es irresponsable. Estamos perpetuando la vulnerabilidad y tendremos menos capacidad de protección social en la próxima crisis.

Ante la elitización y la precariedad, ¿surgirá un odio de clase?
—Con el encarecimiento de la vida, de la vivienda y la precariedad que genera el turismo no sé cómo no ha habido ya un estallido social. Cuidado que no volvamos a antes de 2014, cuando hubo un gran conflicto. Es inviable mantener la redistribución de los beneficios como se hace ahora. El turismo vive de nosotros y de explotar aquello que no es suyo, es fundamental entenderlo. Se nutre de bienes comunes, como las playas, el paisaje y la actividad que hacemos como sociedad. Y, encima, parasita al Estado, que con dinero público paga infraestructuras y la promoción turísticas con fines privados. Hay que invertir esta situación, y esto pasa por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y controlar la fiscalidad del sector para que contribuya a una diversificación de la economía.

¿De qué otras maneras se puede organizar el turismo?
—Pensar que una actividad humana solo puede responder a las lógicas de acumulación y reproducción del capital es bastante triste. El turismo responde al ocio de la población y también lo podemos organizar pensando en sus necesidades. Los menospreciados ‘domingueros’ responden a una tradición basada en un ocio autorganizado en espacios al aire libre no mercantilizados. El sector público debería crear infraestructuras para que la gente pueda hacer sus barbacoas y pícnics. El turismo puede ser como ir al cine o al teatro, pero adaptado a los residentes. En São Paulo existe un hotel con capacidad para 1.000 personas que está enfocado a los brasileños de clase trabajadora con pocos recursos. Disponen de ocio, playa, piscina y actividades culturales críticas. Por eso defiendo que hay que organizar una discusión pública sobre qué papel debe de tener el turismo, para que no solamente esté al servicio de las grandes empresas.