Maribel Catalá, en su casa de sa Cabaneta. | Pilar Pellicer

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Los pasados 25 de febrero y el 11 de marzo publiqué en Ultima Hora dos artículos en los que pretendía elucidar la estancia en Mallorca de quien, para muchos, es uno de los mejores arquitectos de todos los tiempos: Alvar Aalto (1898-1976). El gran arquitecto finlandés estuvo en Madrid y Barcelona en 1951 dando dos conferencias. Aprovechó el viaje para dar un salto a Mallorca, Isla cuyos encantos le había glosado su amigo y biógrafo el historiador, Goran Schildt. A Aalto no le gustaban los grandes monumentos, sino las arquitecturas de líneas esenciales, por eso, en Mallorca, a la altura del Coll d’en Rabassa, le llamó la atención un molino: sacó su lápiz blando 6B, su cuaderno, y lo dibujó. ¿Dónde estaba ese molino?: la respuesta la da Maribel Català, su abuelo fue el propietario del huerto de Can Sion donde estuvo el molino...

Maribel, háblenos de sus antecedentes familiares...
—Nací en febrero de 1954 en la misma casa donde había nacido mi madre en 1922. El abuelo nació el 8 de septiembre de 1888, era analfabeto, pero tenía la inteligencia natural de los que han tenido que luchar para sobrevivir y salir adelante. Cuento esto para mostrar el entorno en el que crecí. Soy hija única y la pequeña de las dos familias, la de mi padre, nueve hermanos, él era el menor, y la de mi madre, dos hermanas, ella era la mayor. Una familia muy tradicional, católicos y practicantes.

¿Cuándo compró su abuelo la finca en el Coll d’en Rabassa?
—La adquirió a principios del siglo XX. Me contó que él y su hermano, nacidos en Marratxí, cuando falleció su madre y su padre volvió a casarse, decidieron marcharse a buscarse la vida por desavenencias con la nueva madrastra. Eran adolescentes, no tenían dinero, ni medios, siguieron el curso del Torrent Gros que pasaba cerca de su casa y llegaron hasta el Coll d’en Rabassa. Trabajaron noche y día en todo tipo de actividades, sobre todo relacionadas con la ganadería y la agricultura.

¿Qué animales tenían y qué cultivaban en la finca?
—Había vacas, cerdos, gallinas, patos, palomos, un caballo para los trabajos de labranza y tiro. Se cultivaban todo tipo de cereales, había higueras, almendros y olivos. Se comía lo que se producía, patatas, todo tipo de hortalizas,    tomates, pimientos, boniatos, al abuelo le encantaban. En verano, melones y sandías.

¿De dónde procedía el agua?
—De un pozo de vena y se necesitaba la fuerza del viento para extraerla y llenar el estanque, adosado a la base del molino. Había un sistema de compuertas manuales que permitía la salida controlada del agua, encauzada en acequias hechas con marès que facilitaban el riego.

El molino del Coll d’en Rabassa, dibujo de Alvar Aalto, de 1951.

¿Nos puede describir ese molino que dibujó Alvar Aalto en 1951?

—El edificio del molino era enorme, en los bajos se guardaban grandes sacas con los cereales recogidos, una parte se llevaba a moler a sa Farinera, que luego fue un asador. También se guardaban las patatas y los boniatos fuera de temporada en departamentos independientes, cubiertos con sacos de arpilla.

Ese molino forma parte de su memoria sentimental, de su infancia recuperada...
—Así es, el piso superior era como un museo, mi lugar favorito para perderme. Mi madre guardaba todos los periódicos y revistas, desde el principio de la guerra. Yo aprendí a leer con los titulares. Allí me pasaba muchas horas cuando no estaba en el colegio. Me asomaba al estanque, subía a la parte superior, aunque con tiento, no tenía barandilla de seguridad. La vista era impresionante, controlaba la entrada y salida de aviones. De pequeñita los aviones más grandes me asustaban un poco, hacían mucho ruido, temblaban los cristales de las ventanas... Más tarde, disfruté viéndolos despegar y aterrizar. Soñaba con ser azafata y viajar alrededor del mundo...

El molino ya no existe...
—A mediados de los sesenta llegó el cambio, no había braceros para trabajar el campo, el abuelo se hizo mayor, también mis padres y yo fui a estudiar a la ciudad. El molino se cayó de viejo (era de madera), quedan unas fotografías y, para sorpresa mía, ese estupendo dibujo de Alvar Aalto que publicó Ultima Hora. Mi abuelo falleció en 1972, no le hubiera gustado ver la destrucción del entorno al que tantos años dedicó.