Jaume Mateu. | M. À. Cañellas

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Jaume Mateu (Bunyola, 1957) acaba de publicar Venes d’aram, una recreación literaria de la llegada y vida en Mallorca de su bisabuelo, el napolitano Nicolò Conte Antonaccio.

Una novela a partir de un personaje real, su bisabuelo.
—Sí, la verdad es que me ha llegado muy poca información sobre él: lo que pudo contarme mi abuelo y un solo documento escrito. Era un personaje familiar que estaba ahí, con algunas anécdotas y curiosidades, pero llegó un momento en que quise saber más. La forma que se me ocurrió de abordar su figura fue un ejercicio literario: un dietario de su yerno, mi abuelo, para recorrer la vida de mi bisabuelo.

¿Cómo llegó Nicolò Conte a Mallorca?
—Llegó con un grupo de caldereros italianos y sus familias. En 1871, siendo un jovenzuelo, ya estaba en Sóller. Hay que decir que mi bisabuelo no era realmente italiano, pues nació en 1854 en un pueblo cercano a Nápoles, que por entonces pertenecía al Reino de las Dos Sicilias. Es de suponer que estos caldereros llegaron a Mallorca para dedicarse a su oficio con algún tipo de contrato o contacto previo.

Y formó una familia.
—Sí. Se casó en 1882 con una bunyolina, Maria Negre i Martí. Se fueron a vivir a Valldemossa, pero finalmente se instalaron en Bunyola, donde mi bisabuelo compró una casa, un taller y un huerto. Tuvieron doce hijos. Nicolò murió en 1927.

¿Y cómo le fue?
—No podemos decir que hiciera una fortuna, pero se ganó dignamente la vida. No olvidemos que los utensilios que fabricaba eran de aram, un material sólo al alcance de la gente pudiente. Los utensilios de las clases populares eran de fango. Sabemos que a principios del siglo XX hizo un donativo a las víctimas de un terremoto en Calabria.

¿Se integró en la vida bunyolina?
—En Bunyola era el único extranjero. Supongo que en la sociedad de esa época, pobre, cerrada y dominada por señores y sacerdotes, no debió de ser muy bien recibido. A los extranjeros se les recibía con temor, suspicacia y prevención. Aun así, fundó una familia numerosa y recibió un malnom que todavía perdura: Peller. Su oficio dio lugar a su malnom. Sabemos que era bajo, pero, aunque napolitano, era rubio y de ojos azules, nada habitual en aquella época. Como buen napolitano, sí tenía un carácter explosivo.

¿Aún se les llama Pellers?
—Sí. La familia conserva la casa que compró y se la conoce como Cas Peller. Yo soy Jaume Peller.

Aunque dice que no fue muy bien recibido, napolitanos y mallorquines no son muy diferentes.
—Sí, él y mi bisabuela eran de carácter fuerte, muy mediterráneos. Con el libro he querido hacer un homenaje a la familia y sobre todo a la figura de los abuelos, aunque en este caso sea mi bisabuelo, en su sentido primigenio. Los abuelos no están para cuidar de los nietos, sino para disfrutar de ellos. Y también he querido rendir homenaje a un sentido de la tribu en positivo, de pertenencia, de grupo, que no debería perderse.