Luca Gallini elabora pasta fresca y los ingredientes se encarecen día a día. | Teresa Ayuga

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Las matemáticas se han apoderado, más que nunca, del Mercat de l’Olivar. Y ni a los placeros ni a los compradores les salen las cuentas. La subida galopante de los precios ya empieza a repercutirse en la cesta de la compra. «Todavía no he revisado precios pero ya me han subido diez céntimos la docena de huevos, un euro el litro de aceite de oliva y la factura de la electricidad [que alimenta los hornos] ha pasado de 400 a 900 euros al mes», dijo Eva Oliver, nieta del fundador de la panadería Can Canet. La harina de trigo, afectada por el conflicto bélico ruso y protagonista de las exportaciones ucranianas, empieza a ser un bien escaso y caro.

Oliver reconoció que «lo último que queremos subir es el pan, es un bien de primera necesidad. Pero el merengue ha pasado de dos euros a 2,50 y el llonguet se encarecerá en breve. Estamos a expensas de que nos lleguen los albaranes del trigo». Antonia Horrach, armada con un carrito de la compra, reconoce la subida de la cesta de la compra: «Veo que la gente está comprando mucho y si esto sigue así...».

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Eva Oliver, de la panadería Can Canet, empezará a subir precios.

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Margarita Cirer, de s’Hortolà.

Luca Gallini, de la Bottega Bolognesa, elabora pasta fresca cada día y sus ingredientes básicos son la harina y los huevos. «Últimamente todo ha subido un 30 por ciento. Ahora estoy esperando el pedido». Y el pedido de harina llega y se ha encarecido un 8 por ciento en solo siete días. Gallini sigue los informativos italianos, donde se vive como un auténtico drama la subida de los precios. «Ya nos han dicho que la harina subirá un 63 por ciento, el gas ya lo ha hecho un 200 por cien; la gasolina, un 68 por ciento y los huevos, un 25 por ciento». Un drama nacional en el país de la pasta y la pizza, donde la harina de trigo es el pilar de la dieta de los italianos.

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María Salinas, chef del LJsRatxó, en la pescadería.

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Loli Espases, en el bar del Peix.

En el puesto de s’Hortolà había un intenso debate. María Teresa Cañete advirtió que «el único vicio que tengo es la comida. Si me lo tengo que quitar de la peluquería o unos zapatos, lo haré». Encarnación Olivares la atiende con preocupación: «La garrafa de girasol valía seis euros y ahora casi 13. La gente va muy justa, pero más vale pagar caro a que nos coja una bomba». Un consuelo cuando la población ucraniana ha tenido que huir de sus hogares por la invasión rusa.

Margarita Cirer es la responsable de s’Hortolà y su producto se cosecha en Sant Jordi: «Ya nos planteamos dejar de producir. Los fertilizantes ha n subido un 300 por cien, la energía se ha disparado y la necesitamos para regar y el invernadero.Y el precio de las semillas de melón está por las nubes. En la agricultura tenemos un panorama muy negro. Pero la gente compra en el súper, donde todo está más caro que en este puesto». Loli Espases, del bar del Peix espera la llegada del proveedor del aceite para sus frituras. «No podemos almacenar pero no hemos tocado precios».

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Antonia Horrach, una compradora del Olivar.

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María Teresa Cañete, clienta del mercado.

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Encarnación Olivares.

Quien sabe de malabares matemáticos es María Salinas, chef del hotel LJsRatxó, que ayer hizo la compra en el mercado para su restaurante. «Este encarecimiento es una locura y para los cocineros es un desafío. Toca cocina de guerrilla, de mercado y aprovechar lo que haya en la nevera y la despensa», señaló. Pandemia, energía y ahora, una guerra: no hay tregua posible.