Núria Riera, Marga Prohens, Mercedes Celeste, Francina Armengol, Carmen Serra, Victoria Morell y Paula Serra. | Jaume Morey

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Ya me gustaría que Maria Frontera presidiera la Federación Rusa en lugar de la Federación Hotelera de Mallorca. Si tuviera la misma convicción para invadir Ucrania que para criticar el contenido de la Ley Turística, la invasión habría durado apenas unos días, que sí ahora la lío, que si ahora me arrepiento, que si la vuelvo a liar, así que ya estaríamos todos tan tranquilos sin temor a que un misil ruso se estrellara contra el Castell de Bellver o contra algún alojamiento turístico obsoleto en un muy expeditivo ejemplo de cómo reducir plazas. Y espero no haber dado ideas a nadie de Més.

Con tanto vaivén –que si dije, que si Diego–, ahora mismo ya no está claro si los hoteleros han propuesto reducir plazas o incrementarlas, pero visto lo que ha pasado estos días con la Ley Turística, tal vez los dirigentes del mundo libre deberían plantearse la posibilidad de enviar a Iago Negueruela a negociar con Vladimir Putin: te arregla la crisis con un par de llamadas telefónicas. Aquí paz y después moratoria. O viceversa, no lo tengo claro. En medio de este ardor guerrero que se expande allende fronteras, la presidenta de los ‘populares’ de Balears, Marga Prohens, se ha convertido en el daño colateral de la guerra del PP. Ayer estaba casi sola en el acto oficial de sa Llonja vestida de un rosa potente que contrastaba con el negro de la presidenta del Govern, Francina Armengol, colores que, casi seguro, contradicen, el estado de ánimo de cada una de ellas.

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Vista general del acto que tuvo lugar en sa Llonja y al que asistió público, a diferencia del año pasado.

Prohens apenas estaba acompañada porque muchos dirigentes del partido están hoy enMadrid en una reunión trascendental. Ella no podrá estar en la Junta Directiva Nacional, así que no firmará el certificado de defunción de Pablo Casado como joven promesa de la derecha española, con permiso de aquel Albert Rivera que parecía que trabajaba mucho. Casado ha muerto víctima de ráfagas de fuego amigo, en acto de servicio y con las botas puestas en la sede, Génova 13, acosado por los 3.000, que no 300, de Isabel Díaz Ayuso. Murió en un edificio, por cierto, al que había intentado echar del partido antes que a la presidenta madrileña. Esa venta era una operación para que toda España mirara al dedo en lugar de a la luna.

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El obispo Sebastià Taltavull, pendiente del móvil.

No le ha ido bien ninguna de las dos operaciones y el resultado es que los ‘populares’ firmarán el mes que viene el certificado de nacimiento de la nueva estrella de la derecha, Alberto Núñez Feijóo, otro gallego en el centro de la política, con todo lo que ello implica. El acto de ayer en sa Llonja fue casi normal, con la excepción de las mascarillas. En apariencia fue mejor que el del año pasado, pero ahí está Putin para recordar que todo puede ir a peor cuando menos te lo esperas.    No se sabe en qué condiciones se hará la fiesta el año que viene, pero que haya elecciones a los    dos meses no tranquiliza lo más mínimo. Así que háganme caso: carpe diem