Antoni Vadell Ferrer. | M. À. Cañellas

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La vocación de Antoni Vadell Ferrer germinó en el seno de una familia de Llucmajor que vivía con normalidad el hecho cristiano. Descubrió los usos de Mallorca a través de sus abuelos payeses, mientras su padre repartía el pan y las ensaimadas de un horno de Palma. Aquel muchacho lleno de ilusiones, con toda una vida por escribir, que practicaba excursionismo y atletismo, se sintió interpelado por el testimonio de unos sacerdotes que le llevó, a los 17 años, a ingresar en el Seminario Menor de Mallorca.

Antoni Vadell, que quería ser periodista, tenía más claro a los 14 años que a los 18 que se pondría al servicio de la Iglesia. Porque, claro, hubo momentos de duda, pero la vocación sacerdotal se impuso a la periodística; aunque cuando era seminarista durante tres veranos trabajó para Cope, dos en Mallorca y uno en Menorca. El Papa Francisco le nombró obispo en junio de 2017. Con 45 años se convirtió en el prelado más joven de España. «Sólo el Papa sabe si algún día seré el obispo de Mallorca», declaró al conocer «con sorpresa» que recibiría la ordenación episcopal.

En su ministerio pastoral, como presbítero en varias parroquias de Mallorca y como obispo auxiliar de Barcelona, Vadell supo comunicar. Explicó con claridad y valentía, siempre con la sonrisa que le caracterizaba, los valores del Evangelio. Ejerció el periodismo desde la Iglesia. Al despedirlo recordamos sus últimas declaraciones: «Lo más fundamental de la vida no está en nuestras manos y no lo controlamos. Si uno vive esta realidad desde la opción creyente, desde la fe y desde la confianza, esto es impresionante. La gran verdad es que no podemos controlarlo todo. Entonces, ¿en manos de quién te pones? ¿de quién te fías? Esta es la pregunta clave».