Jaime Campaner, en su despacho palmesano, durante la entrevista con este periódico. | Alejandro Sepúlveda

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Visto desde fuera diríamos que Jaime Campaner (Palma, 1982) es el abogado de la semana. Y del año. Pero para ser justos hay que reconocer que lleva más de una década instalado en la cúspide de la abogacía mallorquina. A un nivel galáctico, como el Barça cuyos intereses ahora representa.

Hace años era el niño prodigio de los abogados. Ahora es el letrado de moda. ¿Se ha hecho mayor?

—Bueno, digamos que me sigo considerando el mismo. No porque tenga el síndrome de Peter Pan, sino porque no he cambiado mis hábitos de estudio, pero tengo más experiencia, es decir, vivencias y, sobre todo, errores de los que he aprendido. En términos futbolísticos, siempre he luchado cada balón, aunque mucha gente lo diera por perdido. Y la vida te enseña que a veces logras que ese balón no traspase la línea. No hay balones imposibles.

Sin restarle méritos, con un maestro como el legendario Eduardo Valdivia todo es más fácil.

—Sin duda. Y me alegro de que me lo plantee, pues es algo que siempre traigo a colación en las ocasiones en las que me han entrevistado. Tuve la suerte de aprender muchas cosas de él en mis inicios, que es el momento clave en la formación. Y no solo eso, sino que Eduardo tuvo la generosidad de ponerme en primera línea de combate desde el primer momento. Esto determinó que con poco más de veinte años estuviera llevando asuntos complejos en todas sus fases. No podía fallarle. Mi proceso de aprendizaje se aceleró. También me salieron canas muy pronto y recibí varias cornadas (ríe). Pero de eso se trata: a torear se aprende en la plaza.

Una duda me corroe: ¿Antes de que le fichara el Barça era culé?

—Me debo acoger a mi derecho a no declarar (ríe). Ahora en serio, de niño me gustaba mucho ir al campo del Mallorca, pero no he tenido nunca predilección por uno de los «grandes». No quiero seguir perdiendo amigos por el camino. Eso sí, recuerdo que mi abuelo paterno, que falleció cuando yo era un niño, era muy aficionado al Barça, así que estoy seguro de que estaría orgulloso.

¿Cómo se gestó su fichaje por Laporta? Algunos apuntan a que fue cosa de Mateu Alemany.

—No puedo desvelar estos detalles, pues pertenecen a la relación confidencial entre abogado y cliente. Lo cierto es que mi nombramiento no lo decidió una sola persona, sino que se trató de una decisión colegiada.

¿Ha sido esta semana su salto al estrellato mediático nacional?

—Lo cierto es que me ha sorprendido el revuelo mediático de estos días, pues se trata de un asesoramiento que se remonta al verano pasado. Lo que ocurre es que se ha conocido mi papel a raíz de la rueda de prensa en la que el presidente me pidió que explicara la traducción jurídica de los hallazgos de terceros independientes. Eso me puso en el foco de modo tardío, pero, sinceramente, y contestando a su pregunta, soy muy partidario del low profile (perfil bajo). Creo que los juristas no estamos para salir en medios de comunicación y que nuestra función social debe desarrollarse en el backstage. El estrellato debe ser para los deportistas, los cantantes y los actores y actrices, por ejemplo. Nuestra función no es hacer disfrutar a la gente o lograr que el público se evada. Es ayudar a resolver conflictos. Y en esto el quién no es importante, sino el qué y el cómo.

El año pasado su bufete fue incluido por un prestigioso medio nacional como uno de los mejores despachos de Derecho penal económico de España. ¿Lo esperaba?

—La verdad es que no. No creo en los rankings, sino en el día a día y en la dedicación a los asuntos. Y esto lo hacen muchos más despachos que los seleccionados, en silencio y con rigor y honestidad. Conozco a varios abogados buenísimos de los que nadie habla. Con todo, vernos en un listado junto con los mejores fue una alegría.

Pese a su juventud, ha llevado casos sonados: Nóos, el abogado de Sadam Hussein, la primera dama de Perú, Luisito Toubes, la quiebra de Isolux, el agente de Iker Casillas...

—Soy muy afortunado por haber participado en estos y otros casos. De todos ellos he aprendido algo y en algunos he tenido el honor de trabajar con despachos punteros con los que después he mantenido una relación fluida.

¿La abogacía mallorquina juega en primera división?

—Las Islas tienen grandes abogados. Destacaría a los mercantilistas. No hay que olvidar que al ser las Balears un motor económico existen pleitos complejos y eso genera una gran competitividad. No creo en las fronteras geográficas para la abogacía. Hay abogados extraordinarios en los lugares más recónditos y puedes encontrar abogados que no dan la talla en grandes ciudades. Y viceversa. La abogacía tiene algo de artesanía.

Sorprendió su reciente decisión de meterse de lleno en la Universidad, aunque fuera temporalmente. ¿La docencia le desestresa?

—La docencia me da paz. Y tiene algo muy bonito: genera satisfacciones a corto plazo. Si te esfuerzas, percibes la recompensa en la cara de los alumnos. En los juzgados no siempre es así. En mi época de estudiante estuve muy cerca de no dejar la UIB y hacer directamente carrera docente de la mano de mi maestra, Isabel Tapia. No voy a negar que echo de menos el bullicio de los juzgados, pero espero retomar mi actividad habitual en muy poco tiempo.

¿Los penalistas son una raza aparte?

—No le quepa duda, aunque las cosas han cambiado y se ha logrado mejorar esa imagen popular del penalista como personaje pendenciero. Luego, no sorprende que algún penalista, al vivir envuelto en conflictos desagradables, genere determinados rasgos de la personalidad o establezca hábitos, según el tipo de asuntos que suela defender, pero son excepciones.