Kely, cocinera profesional, trabaja en un barco particular. | M. À. Cañellas

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Todavía se queda pensativa al contestar la pregunta de si la cocina la eligió a ella o ella a esta profesión. Kely Willemen, que ahora tiene casi 44 años, tenía tan solo 14 cuando en su ciudad natal, Belém, en el estado brasileño de Pará, preparaba comida para pagar su material escolar y ahorrar para sus estudios futuros, que sería Periodismo. Le gustaba esta oficio pero acabó siendo azafata de vuelo.

La profesión le deparó a Palma en 2005 para impartir una formación durante tres meses a otras azafatas. Pero los planes fueron otros porque un cáncer de mama llegó sin avisarla y «mi mundo se cayó». Cuenta que le daban seis meses de vida. «Fue el momento de parar mi trabajo. Los médicos me dijeron que no hiciera nada, pero yo quería hacer de una vez lo que más me gustaba, cocinar». De esta etapa han pasado 16 años y el cáncer no ha vuelto a aparecer.

Kely, a la que también le llaman 'galletita', por la similitud del nombre con la galleta mallorquina Quely, al poco tiempo, se quedó sin dinero. «¿Y ahora qué hago?», se preguntó. «En Mallorca empezaba una nueva vida como cocinera tras recuperarme de la enfermedad». Su periplo por la gastronomía comenzaría en un restaurante en Heidelberg, Alemania. No ha dejado de ir desde entonces hasta que llegó la pandemia. Mientras tanto, conoció a un mallorquín también cocinero, y fruto de esa relación nació su hijo, que ahora tiene 14 años y Asperger.

Los inicios de esta brasileña no fueron los deseados. Tuvo que remangarse y aprender desde cero el oficio gastronómico. Una profesión «en la que te dicen que si eres, joven, soltera y guapa» pero «no se preguntan si, siendo mujer, puedes ser profesional». Sin embargo, Kely ha conseguido esquivar las piedras del camino y escalar más alto. «Soy la primera chef brasileña del Amazonas», dice claro.

Los inicios

Comenzaría trabajando por temporadas en una conocida cadena hotelera. «Siempre he tenido que buscarme la vida, sacar las castaña del fuego yo solita», confiesa. Ella se ha movido por el boca boca, mediante el cual ha conseguido cocinar al lado de grandes chefs de la Isla. «Pensar que hago algo que amo, a pesar de todo lo que he sufrido y pasado, no tiene precio».

Porque Kely ha tenido que decir que no cuando quería decir que sí. O decir que sí cuando era un no. De sus inicios como friegaplatos a ayudante de cocina; de jefa de partida a chef. «La cocina no es fácil y los programas culinarios han hecho mucho daños», opina. Sus platos son una explosión de nacionalidades. Mezcla la gastronomía de Mallorca con la brasileña, y es de las que piensan en hacer platos que a la hora de pagar «no duela».

Desde hace unos meses, y tras sacarse un curso en el Club Náutico, trabaja como cocinera en barcos particular. «Ser un culo inquieto y tener don de gentes me ha ayudado a conocer a muchas personas».