Campos se señala la mascarilla reivindicativa, un regalo. | Twitter: @jcamposasensi

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Uno de los hechos más comentados de la actividad parlamentaria de esta pasada semana en Baleares ha sido el regreso a la cámara autonómica de una vieja discusión, una polémica que cuando parece que está resuelta alguien zarandea y así resurge el debate, casi inexplicablemente. Mahón, la ciudad menorquina, está en boca de ciertos personajes de la política balear. Y es que, según el líder de Vox en las Islas Jorge Campos, «en menorquín es Mahó», a pesar de que los lingüistas y filólogos mantienen el pulso y aúpan como nombre de prestigio y uso formal el Maó aparentemente más normativo en lengua catalana.

Si los diputados de izquierda a veces exhiben lemas y proclamas en camisetas y pegatinas en el pleno, los del bando antagonista no son menos. En su caso, la mascarilla sirve también para hacer política. El portavoz de Vox en las Islas compartió en las redes sociales una fotografía antes del comienzo del pleno del Parlament. En ella se señala la cara, donde luce una mascarilla que le han regalado. En ella solo se puede leer «Mahó». Con este pronunciamiento Campos da la batalla a aquellos que según él intentan catalanizar la vida pública. «Maó es una invención para catalanizar nuestra toponimia; o un homenaje al criminal dirigente comunista chino Mao Tse Tung», puntualiza con una pretendida ironía.

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La cuestión identitaria sobrevuela recurrentemente los pasillos del Parlament, y precisamente estos días la representante de Vox, Idoia Ribas, ha propuesto que la cámara adopte una declaración institucional frente a la decisión del Senado de validar una referencia a los «Países Catalanes» que incluye a las Islas Baleares. Por si fuera poco el pasado fin de semana, en el marco del 14 congreso del PSIB, Francina Armengol exhibió la hermandad que existe entre las tierras de habla catalana, cuanto menos entre los líderes socialistas de las mismas.

La cuestión de la nomenclatura de Mahón, incluyendo su denominación oficial a nivel institucional, está intrínsecamente ligada al poder político. El problema de Mahón es si cabe más peliagudo que el anterior. La experiencia demuestra como las mayorías que en cada momento deciden el gobierno local en el ayuntamiento han influido decisivamente en la promoción de una forma u otra de llamar a las cosas por su nombre. Sin embargo, cuando las urnas lo dictan, la falta de consenso se materializa y produce más inseguridad e indefinición. Bandazos, en definitiva, que no benefician ni asientan ningún proyecto de convivencia común.