Said, que vive en un piso, fotografiado en Pere Garau.  | Pere Bota

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Said Boucena, de 19 años, es un chico de mar. Ha vivido durante toda su vida en la ciudad costera de Dellys, al norte de Argelia. El mar, dice, es su vida, como también ha sido su mayor temor. En febrero de 2020, aún teniendo 17 años, no se lo pensó dos veces a la hora de subirse a una barca con doce personas más y llegar hasta Cabrera.

Hocine Kacioui, de 21 años, tenía también 17 cuando dejó el poco trabajo que tenía en una tienda de comercio y emprendió travesía por el Mediterráneo. Un problema en la lancha en la que iba retuvo a todos a bordo nueve horas más. El motor estaba a punto de explotar. Su trayecto, finalmente, fue de 39 horas.

Said y Hocine, que no se conocen, han pasado unos meses en el centro de menores Norai, ubicado en Son Roca, en diferentes años. No se sorprenden al conocer las últimas noticias sobre los acontecimientos violentos entre los vecinos y los jóvenes del centro, aunque a ellos no les ha salpicado. Ambos coinciden que «los perfiles más problemáticos de estos menores corresponden al distrito 16 de Argelia», una zona, dicen, «conflictiva» y hace referencia a la capital, Argel.

Hocine Kaciouiargelino, 21 años y 4 en mallorca.

El primer análisis que comparte Hocine Kacioui sobre su experiencia en Norai es que «cuando llegan nuevos jóvenes al centro y se encuentran con algunos chicos con mala conducta, muchas veces siguen su misma conducta. Cuando llegué yo, también había este tipo de perfil. Roban, toman drogas y se pelean entre ellos».

Hocine, al principio, reconoce que seguía este «mal camino»: «He hecho cosas malas, pero me arrepiento. Todo lo que he hecho, no ha sido con mis compañeros, sino solo. Pero este camino tiene salida y yo me di cuenta que no servía para nada continuar con ese ritmo».

Sin planes

Tanto Said como Hocine opinan que el argelino que está llegando a Europa lo hace sin tener un objetivo laboral claro. Lo cuenta así Hocine:«Los jóvenes que vienen ahora no saben por qué lo hacen, solo copian al resto y, si vienes sin ningún plan, no irá nada bien». Por su parte, Said recuerda que en su tiempo residiendo en Norai «nunca hubo peleas con los vecinos, sino convivencia».

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calculó que unos 970 migrantes irregulares que intentaban llegar a Europa por el Mediterráneo han muerto a lo largo del 2021. La historia de Said u Hocine, como la de tantos miles, responden siempre a una necesidad imperiosa por buscar una salida a su difícil situación.

Ni Said ni Hocine dijeron nada en sus casas cuando se subieron a un barco sin un rumbo fijo. «¿Que por qué?», responden en entrevistas paralelas. Porque las familias, en la mayoría de casos, no están de acuerdo con esta decisión. «La decisión de cruzar el mar fue para encontrar trabajo, allí no hay nada, y para buscar una vida mejor. En el momento que me fui, no dije nada a mis padres porque si lo hago, no me hubiesen dejado ir. Ha sido muy difícil llegar hasta aquí, fue un trayecto de 24 horas, en febrero y con muchas olas. Tuve mucho miedo».

Porque Said, cuando llegó a Cabrera y le trasladaron 15 días al centro de acogida Tramuntana lloró mucho. «Mi madre también lloró al enterarse que había llegado a España. El camino fue tan duro que me arrepentí», lamenta.

Ya integrado en una casa de emancipación, ha finalizado un curso de camarero y ahora ha empezado otro de cocina. Pero lo que más le gustaría es pescar. Hocine, después de once meses en Norai, se trasladó a otro piso de emancipación. Ha trabajado en distintas áreas pero ahora ha conseguido un trabajo en una pizzería. Su sueño, a pesar de todo, es abrir un local de Kebab. Su historia también comenzó desde el silencio:«Nunca decimos a nuestros padres que nos vamos. Les llamamos cuando llegamos a destino. Cuando le conté a mi madre que estaba aquí y vivo, me felicitó».

Hocine, consciente de su corto paso por el vandalismo siendo todavía un menor extranjero no acompañado (mena) y tras algunos problemas con los cuerpos de seguridad, pone la mirada firme, como si lanzase un mensaje a través de las cámaras: «Una de las cosas que les diría a los argelinos que quieren venir aquí es que la vida también es difícil, pero mi consejo es que se junten con chicos que quieran trabajar. Entonces, ellos también acabarán siendo hombres que trabajen. Si vienes a Europa y te juntas con jóvenes que roban y son malos, vas a acabar robando y siendo también malo».